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notas

del blog moleskine literario

¿Mucho ruido?

Wednesday, July 27, 2005
Por Giovana Pollarolo

Perú.21 ha abierto en su página web la sección "Debate literario" en la que incluye los artículos publicados a propósito de la polémica que inició un comentario del escritor Miguel Gutiérrez en el que daba cuenta de las incidencias del "Encuentro de Narradores Peruanos" realizado en Madrid. La afirmación de Gutiérrez acerca de la existencia en los medios de una "mafia" o "argolla" que controla tanto la promoción de determinados escritores como el silenciamiento de otros, derivó en respuestas (ver: "Debate literario") a mi parecer equívocas. El cuestionamiento que Gutiérrez planteaba a lo que podríamos llamar la "política cultural" de los medios, fue rechazado airadamente por quienes se sintieron aludidos sin considerar que con su actitud negaban un problema de producción, difusión y recepción literaria que no podemos ignorar, más allá de la legítima defensa a la que tiene derecho quien es acusado de "mafioso" o "argollero" no siéndolo.
Lamentablemente, el privilegiado lugar que esta vez le dio la prensa escrita a un debate que se viene desarrollando desde diferentes espacios, ya sea en los blogs de Internet o en pequeños círculos y en voz baja, ha sido desperdiciado en ataques personales y clasificaciones simplistas en las que un buen número de escritores no encuentra lugar, ni tiene por qué encontrarlo. El público, que en su mayoría solo reconoce como escritores a Vargas Llosa y Bryce; y a Garcilazo, Palma, Vallejo y Ribeyro, debió sorprenderse no solo ante la noticia de que existen "otros", sino que estos "desconocidos" (algunos más, otros menos, pero nadie convoca multitudes) cruzan entre ellos insultos e ironías para afirmar o negar la validez de un debate centrado en etiquetas del tipo: "escritores costeños" vs. "andinos", "vendedores" vs. "no vendedores", "exitosos" vs. "envidiosos", etc. La divertida crónica de Beto Ortiz es la que mejor reseña, desde la ironía, las limitaciones y reducciones de esta polémica.
No es la discusión de lo que está pasando con nuestra literatura lo que genera la atención de la prensa escrita sino --como en los programas televisivos políticos, deportivos o de chismes-- las acusaciones y diatribas personales. La literatura es "la última rueda del coche" en los periódicos, ni qué decir en la televisión; y el escaso espacio que se le asigna no puede dar cuenta de la producción nacional que tampoco encuentra cabida en las escasas librerías ni sellos editoriales. Preguntarse por qué nuestro mercado literario es tan pequeño, por qué este no es accesible para muchos, si la pobreza de las páginas culturales es la causa del poco interés del público por la lectura o viceversa (no se da espacio porque los libros no venden), en función de qué criterios deciden los medios la cobertura a las publicaciones, o cómo plantear un debate literario crítico, horizontal y dialogante son algunos de los temas que esta polémica oculta; y que están pendientes.
Si se vuelve a la media voz luego del grito; o se sigue gritando, los lectores tendrán todo el derecho de preguntarse, como la protagonista de la novela de Carmen Ollé: ¿Por qué hacen tanto ruido?

El Fantasma del Congreso

Almas en debate luego de congreso encantado

Escribe: ALFREDO PITA

El reciente Congreso sobre Narrativa Peruana de Madrid está haciendo correr ríos de tinta..., a falta de ríos de sangre. Tal vez habría que intentar calmar los ánimos y ver qué hay detrás de tanta acrimonia entre los escritores peruanos. El tema me interesa al punto que acudí al evento con la idea de defender a ese segmento de la creatividad nuestra que se desarrolla en el extranjero y que no siempre suscita la acogida ni el interés de parte de la crítica y de los medios peruanos. Entre nosotros, el caso de ostracismo interno más conocido es, ya se sabe, el de Manuel Scorza. También iba divertido por un hecho anecdótico. Intentando documentarme, días antes había caído sobre una historia abracadabrante. El Congreso se iba a realizar en el Palacio de Linares (hoy Casa de América), casona madrileña del s.XIX, levantada por nobles españoles cuya fortuna era de origen indiano. Allí, se dice, vivieron dos hermanos que sin saber que lo eran se casaron y tuvieron una hija. Al revelar la verdad, la niña>terminó en un hospicio bajo el nombre de María Rosales y la madre, Raimunda, murió ahogada en el pozo del jardín. Los fantasmas de la muchacha y de la madre, en todo caso, se quedaron llorando en los salones y corredores de la mansión, que con el tiempo fue abandonada. En los últimos años, serísimos “expertos” españoles han logrado incluso grabar la voz de alguien que clama por su madre (ver internet). No>estaba mal, el Congreso se iba a realizar en una casa encantada, en la Casa Matusita de la capital española.
En el Congreso se escucharon algunas ponencias notables que fueron para>mí más que ilustrativas, pero en el barullo de una contienda soterrada se fue apoderando poco a poco del colectivo peruano, ganado por la impronta cainita de una polémica absurda. Inevitablemente tuve que convencerme de que sí, había fantasmas en esos corredores oscuros y en esas escaleras de mármol. Pero no se trataba de la quejosa María ni de>su madre, sino de fantasmas peruanos. Los habíamos traído, incapaces de vivir sin ellos. Habían tomado el avión con nosotros y estaban allí, con “jet lag”, pero no por ello menos perniciosos, ululando desbocados, alentando nuestra singular capacidad para la autodestrucción. Los términos de la polémica son conocidos, pero se pueden resumir diciendo que aparentemente ambos campos se disputan la representatividad de la literatura nacional. El fondo es otro, es el desprecio. La rencilla surgió en Madrid en dos momentos en que el lado oscuro del ser nacional apareció mostrando sus temibles colmillos, Fuero dos instantes>que giraron en torno a la exigencia de ciertos escritores peruanos, jóvenes, procedentes de los sectores socialmente deprimidos y/o provincianos, de poder darse a conocer, de tener espacios donde publicar, de ser criticados con equidad, de poder existir, en fin, como creadores. En Lima, dicen ellos, un grupo de escritores de clase media>alta se ha instalado en el pináculo del “establishment” cultural y, cual moderna Sociedad de Auxilios Mutuos, aviesamente lo gobiernan. Una desequilibrada situación que cuestionan. El primer momento se dio cuando un escritor amazónico previno al público de que la literatura peruana que se conocía era solo “una máscara” y que detrás estaba la nueva, rica, andina, regional, “verdadera” literatura>peruana de hoy. El segundo se produjo dos días después, cuando, respondiéndole, un escritor de la capital peruana dijo que todos>aquellos que se quejaban debían tomar como ejemplo a Dina Páucar y a Chacalón, ganarse o crearse su propio público y, eventualmente, hacerse>millonarios. Algo olía mal en el Palacio de Linares mientras algunos lanzaban al aire palabras altisonantes e incluso insultos, más que abusivos, contra un>crítico ausente. Era el pútrido olor del peor fantasma que recorre el Perú desde hace siglos, que ha endemoniado a nuestra sociedad y que no nos permitirá ser una nación entera hasta que acabemos con él: el racismo, el rechazo del otro, del semejante, la incapacidad para escucharlo. Para entenderlo y, por lo tanto, para respetarlo. Estábamos pues ante nuestra más grave falla, ante los efectos perversos del “apartheid” nacional que no por vergonzante y nunca enunciado ha corroído menos nuestra alma colectiva. A esto se refirió, creo, Miguel Gutiérrez en su tan mal interpretado discurso de clausura, cuando tras decir a los escritores regionales que de lo que se trataba era de escribir bien y no de estar esperando mayor espacio en la prensa, fue más allá. El novelista habló de nuestra alineación entrecruzada, colectiva. Tocó algo grave, esencial, al punto que al evocarlo la emoción lo obligó a interrumpir su mensaje, que estaba siendo una parábola contra el racismo y el desprecio social. Contó que cuando entró a la Universidad Católica, a comienzos de los años 60, a un medio social que debía ser difícil para un joven estudiante provinciano, conoció a un muchacho alto, extraño, que rápidamente se convirtió para él, y sin razones, en una persona antipática, insoportable. Hasta que un día lo encontró en un recital de poesía. El antipático era poeta, y de los buenos. Era Javier Heraud. Gutiérrez no pudo continuar. El mensaje, sin embargo, estaba claro. Y no era sólo para los muchachos andinos, ni para sus contrincantes, los muchachos de los barrios elegantes, sino para todos.

Oswaldo Reynoso: "Los grupos pitucos creen ser la literatura peruana"

Entrevista: responde Oswaldo Reynoso

Sobre la publicación de su relato El goce de la piel.

Por Francisco Estrada

La sensualidad como Epifanía en la temprana adolescencia, interpretada como vía alternativa para encontrar una divinidad -la del disfrute libre y jubiloso de la belleza-, es el tema que aborda El goce de la piel, libro del destacado escritor peruano Oswaldo Reynoso. Se trata de un relato en cinco partes donde el hermoso joven Malte se presenta como personaje principal, sin ser la misma persona. Este misterio es resuelto hacia el final del relato, con excelente prosa y maestría, por el narrador.
¿Cuánto le tomó escribir este libro?
Toda mi vida, porque es el resultado de una serie de experiencias. La escritura mecánica, concreta, fue de una semana, y la corrección demoró medio año. Cuando terminé de escribir, un amigo me dijo que eran muy pocos capítulos (cinco) y que había la necesidad de escribir dos más. Pero no pude, porque eso significaba repetirme.
En la obra plantea un tema que puede resultar fuerte para ciertos lectores conservadores, pero su estilo lo hace natural y elegante.
Porque es la dignificación. Acá, en el Perú, estamos acostumbrados a denigrar a las minorías: al negro, al andino y a los homosexuales. Entonces, en este libro yo dignifico la homosexualidad como un método, como un estilo de vida, para encontrar la realización; pero no en el sentido de la caricatura, del esperpento para hacer reír, como en el caso de Bayly. No.
Manuel Puig decía que no se podía clasificar a alguien de homosexual, porque el sexo era como dormir, beber.
No se puede hacer esa clasificación, yo estoy en contra de eso. Porque ahí, en el libro, yo no hablo de la homosexualidad como una tipificación sino como una proyección vital. Una limpia moral de la piel.
¿Hay literatura homosexual?
No, la literatura es literatura, no hay que ponerle etiquetas. Son los profesores y los críticos quienes tienen la costumbre de ponerlas. Hay una literatura que puede tener determinadas características pero, luego, vienen los taxonomistas, que dividen en especies, en géneros, como hacen con los animales y con las plantas.
Actualmente hay una polémica entre escritores 'andinos' -que se consideran excluidos- y 'costeños' -denunciados como hegemónicos en los medios-.
Me parece una polémica inútil, que no aclara nada y da una visión de lo que actualmente es la crisis de la cultura en el Perú. Yo no creo que haya escritores andinos, criollos, limeños, provincianos, exitosos, excluidos... Me parece que esas cosas son tonterías. Lo que toda la vida ha existido en el Perú son grupetes de pitucos que se arrogan la representación literaria del país, porque detrás de ellos están los poderes. Yo no sé qué tipo de poder, pero siempre aparecen.
¿La llamada 'mafia' o 'secta'?
Nooo. En el Perú, el primer encontronazo que tuve fue con la triple 'o' y su 'm' agregada. En la triple 'o' hay un pituco lorcho, que es José Miguel Oviedo, quien, en 1965, al comentar mi novela En octubre no hay milagros, me acusó de ser un 'marxista rabioso'. Y hay otro de la triple 'o' al que boté de mi casa. Casi a patadas.
¿Quién era esa 'o'?
Julio Ortega. La triple 'o' era Ortega, Oviedo y Oquendo, con su 'm': Mirko Lauer. Ponlo así. Ahora, estos señores están llegando a la delación. Incluso se han lanzado acusaciones graves e injustas contra Miguel Gutiérrez. ¿Qué se han creído? La profunda crisis en que ha caído la cultura en el Perú no es solo entre escritores sino expresión de la crisis de valores que hay en el país.

DOS PREGUNTAS CARGOSAS PARA MIGUEL GUTIERREZ

Tuesday, July 26, 2005
por Alonso Alegría

Tengo un grave defecto. Confundo la obra con el autor. No me gusta lo que escribe Borges porque en 1974 aceptó una medalla de Pinochet. Detesto la música de Wagner porque era antisemita. No he leído a Miguel Gutiérrez y quisiera leerlo, pero me he enterado de que ha sido, quizás siga siendo, admirador de Abimael Guzmán. Eso me lo descalifica como narrador. Qué voy a hacer, los buenos paisajes realistas de Hitler pintor me hubieran parecido horribles.
En 1988, mientras Sendero nos hacía chichirimico, Gutiérrez publicó su libro La generación del 50. En la página 51 declara que la "significación histórica y real dimensión" de la "guerra popular que a través del PCP conduce (Guzmán) desde hace más de siete años" serán producto de su "desarrollo y resultado final". En la página 261 lamenta no ser amigo de Guzmán y elogia su trabajo "paciente y anónimo", su vida "austera, muy austera" asegurando que Guzmán es "un intelectual diferente, de nuevo tipo, abrasado por una única y absoluta pasión -llama, fuego, hoguera, lumbre- combustionada por el desarrollo crítico y radical del pensamiento". Mientras los senderistas masacraban a miles de campesinos, Gutiérrez escribe en la página 263: "Quien viene dirigiendo este gran acontecimiento histórico es un hombre de inteligencia superior, de voluntad y disciplina inquebrantables, y si los militantes aceptan su liderazgo no lo hacen por imposición autoritaria, sino por la corrección de su pensamiento".
¿Sigue creyendo lo mismo Miguel Gutiérrez? No estoy seguro que no. En mayo pasado, en la revista Pelícano, declaró: "En fin, no reniego de ese libro (La generación del 50) que acaso tenga el valor del signo de la época que lo generó".
¿Será que Gutiérrez sigue admirando a Guzmán y lamenta secretamente el fracaso de su "guerra popular"? Curiosamente este martes la Cámara Peruana del Libro le rinde un gran homenaje en el Jockey Plaza "por la calidad de su obra narrativa, que ha logrado reflejar la realidad, los sueños y las más íntimas aspiraciones del Perú". ¿Cuáles íntimas aspiraciones de cuál Perú? ¿El de Sendero, de Guzmán y del Gutiérrez del 88? Yo quisiera leer a Gutiérrez y por eso le hago ahora dos preguntas cargosas: ¿Cuál cree que ha sido la verdadera significación de la "guerra popular" de Sendero Luminoso? ¿Sigue pensando que Guzmán es una inteligencia superior? Si Gutiérrez reniega de su pasado pro-senderista, todos quedamos contentos y aquí tiene a un lector más. Pero si guarda silencio, si matiza su respuesta, si me descalifica como preguntón, si aduce que sus convicciones políticas son asunto privado o cualquier otra argucia de ese tipo, pues. pues supongo que la Cámara del Libro sabe distinguir entre el literato y el senderista, pero yo no puedo. Para mí, lo que escribe un senderista jamás será buena literatura. Es un defecto que tengo, qué voy a hacer.

carta de guich

Monday, July 25, 2005
EL DEBATE LITERARIOJosé Güich RodríguezMirafloresEn relación con el artículo de Germán Coronado (Perú.21, 20 de julio), me alarma que el director de Peisa considere "francotirador" a quien expresa sus opiniones libremente y, además, que solo recurre a lo establecido como un consenso en el ámbito literario local (incluso antes de que Miguel Gutiérrez rompiera los fuegos del debate y se enfrentara a Fernando Ampuero). Germán es un hombre ilustrado y sabe que nadie tiene el monopolio de las ideas. El tema de los hegemónicos y de los independientes, centrales o periféricos (ya no usaré limeños versus andinos, porque genera enfados y malos entendidos) es antiguo y siempre ha despertado un sinnúmero de reacciones. Aunque les moleste a los principales involucrados, la polémica es patrimonio de aquellos que, como quien escribe estas líneas, se dedican a la creación literaria, a la crítica y a la docencia universitaria. En consecuencia, no hay espontáneos ni mucho menos compradores de pleitos ajenos. Si algo positivo surge de este accidentado intercambio, es que la literatura, de modo sorprendente para un medio de tan escasa lectoría como el nuestro, se haya convertido (al menos por algunas semanas) en un atractivo mediático, aunque no sea precisamente por la elevación del debate sino por lo meramente anecdótico. Me preocupa que Germán sugiera que todo se reduce a la fórmula de exitosos contra resentidos o marginados. No se trata de explotar maniqueísmos que están hoy fuera de lugar. Nada ni nadie asegura que un sello de prestigio siempre acierte en sus lanzamientos. Germán crea, a lo mejor sin percatarse de ello, la impresión de que las grandes editoriales solo publican libros de incuestionable calidad. Y quienes no tienen la suerte de ingresar a ese catálogo olímpico, constituyen una partida de fracasados o de malos escritores. Eso no es cierto y me permito refutarlo con el respeto de siempre. Hay una talentosa generación de jóvenes escritores que ha encontrado en los sellos alternativos una válvula de escape maravillosa ante la cerrazón de los monstruos de la industria, que apuestan solo por 'lo seguro' -aunque, insisto, no todo lo rentable es de primer orden-. No pocas de esas casas alternas distribuyen sus productos de manera eficiente, los difunden en la prensa y, sobre todo, los venden y hasta, asombroso, generan utilidades. Y no estamos hablando de literatura convencional, políticamente correcta o de fórmulas previsibles (respetables por cierto, tanto como quienes consumen esos libros) sino de propuestas diferentes por las cuales las grandes editoriales nunca arriesgan, porque consideran que no existen posibilidades comerciales. Germán, a quien considero una persona honesta, se ha apresurado en sus juicios. Todo escritor, sin desvirtuar su trabajo y vocación o hacer concesiones a sus principios, aspira a vivir de sus libros o por lo menos recuperar lo invertido (esa es la triste realidad de la mayoría de autores en nuestro país). Por supuesto, tampoco las editoriales alternativas garantizan que cualquier obra que salga de la imprenta es de nivel superlativo o excepcional. Solo el transcurso del tiempo determinará quién se incorporará al canon y quien no; sin embargo, la historia también requiere de críticos serios, de la capacidad reflexiva -y hasta deportiva- de los propios autores, y como no de las editoriales, que deben ser incorporadas a un diálogo que exige sensatez y no iras desbocadas o vendettas entre gente de letras. Los primeros pasos, felizmente, ya se han dado.Posición expresada.

Presentación de El turno del escriba

Friday, July 22, 2005
por Iván Thays

Tuve la suerte de ser parte del jurado internacional que otorgó el premio Alfaguara de novela 2005 a esta obra escrita por Ema Wolff y Graciela Montes. Y aunque desde entonces he vuelta a leer la novela íntegramente una vez, y algunos fragmentos muchas veces, he pensado que para esta presentación me gustaría de algún modo recuperar esa primera lectura, cuando no conocía la identidad de las autoras y pensaba, erróneamente, que el seudónimo Mark Twin era un error tipográfico. Revivir esa lectura privilegiada, creo yo, llamará más la atención de Graciela y Ema, y saciará en algo la comprensible curiosidad sobre la decisión de uno de los jurados que votó por ellas, así como podrá dar pistas de interpretación a los futuros lectores.

Recuerdo que leí El turno del escriba justamente después de haber leído una historia de suspenso a lo Stephen King que leí de un tirón al igual que la mayoría de miembros del jurado, pese a las inconsistencias en su argumento. El ritmo acelerado que me había impuesto la novela anterior se estrelló de inmediato con las primeras páginas de El turno del escriba. Desde luego, aquella “bella pieza de mierda, sin duda humana” en la que el protagonista de la historia, el escriba Rustichello, hunde generosamente el pie en el primer párrafo, me llamó mucho la atención. Pero de inmediato, la detallista presentación del itinerario del personaje, desde las Cortes donde era copista mimado hasta las varias cárceles en las que se le mantuvo preso durante los últimos 14 años, terminó por convencerme de que debía dejar la lectura de este manuscrito para una nueva oportunidad. Tuve la impresión de que me encontraba ante una novela muy bien escrita, pero cuya lectura exigiría mucha mayor concentración que las anteriores, un momento especial para poder calibrarla en su belleza o para descalificarla de plano en su fallida ambición.

Demoré ese momento.
Cuando volví a coger el manuscrito ya había leído todos los anteriores y tenía más o menos en claro quién pensaba yo que debía ganar, y a cuáles había descalificado de plano. El turno del escriba tendría su oportunidad, pero realmente tendría que darme un buen gancho a la mandíbula en las primeras páginas si quería que mi opinión formada se reformulase.
Y vaya si me dio aquel gancho. Recuerdo claramente el momento en que, recostado sobre el sofá en el que leí todos los demás manuscritos, con la crayola de mi hijo de dos años amenazando dibujar su versión de un tigre en las carátulas de las novelas calificadas, sentí la revelación de que lo que tenía entre manos era una obra superior. Ocurrió cuando apareció, casi como un milagro, aquel cernícalo que veo ahora retratado en la carátula. Rustichello ha conseguido trepar a lo alto de su prisión, ha pisado un pedazo de excremento y hace un recuento de su pasado con aquel olor metido en las fosas nasales, mientras observa el movimiento de Génova que se apresta a celebrar el triunfo naval sobre Venecia. Todos se han congregado en torno a las naves que van llegando, los cortesanos y los del pueblo, alzando banderas que recibirán a los vencedores de Curzola, mientras por el cielo surca un cernícalo abarcando con su mirada altísima todo el espacio aéreo de ese universo en miniatura.
¿Universo en miniatura? En efecto, ricos, pobres, naves marinas, excrementos terrenales, aleteos aéreos, triunfo y derrota, alegrías y penas, naves que llegan a salvo y naves que se han perdido irremediablemente, lo divino y lo profano. Todo, absolutamente todo, a merced de este escribano que no se equivocó al pensar que pisar aquel trozo de mierda fue una señal, un signo de que algo iba a cambiar.
En algún momento, el narrador declara que sin lugar a dudas el mejor ángulo para observar esa escena es el del cernícalo que abarca todo el rompecabezas con su superioridad de vuelo. Todo, incluso al pobre Rustichello trepado sobre aquel techo, insignificante al ser visto desde aquella altura, no más grande que uno de los roedores con que el depredador se alimenta.
“Pero Rustichelo no es el cernícalo sino un prisionero que ha encontrado el modo de escaparse al techo” dice el narrador. Y la pregunta que surge es: cierto, no es un cernícalo, pero ¿Podría serlo? ¿Cómo podría un simple copista ser un cernícalo y abarcar todo el fresco social y elevarse por encima de aquel techo vacío, coronado por un excremento humano?
La respuesta afirmativa la tenemos casi de inmediato, cuando entre los prisioneros venecianos que son desembarcados aparece uno, el más alto, coronado con un gorro de piel rizada que contrasta irreverentemente con la calva del comandante que los conduce. Se trata de Marco Polo, su futuro compañero de celda, aunque Rustichello aún no lo sepa. El nuevo prisionero deja que los ojos descansen sobre el pájaro que planea encima de su cabeza y que cada vez está más lejano. Un punto que se pierde entre las nubes para dejar en escena a los verdaderos protagonistas: Marco Polo y su escriba Rustichello, el hombre que vivió las aventuras y aquel que las dejará por escrito para que la recuerden las generaciones de lectores futuros. El hombre que ha recogido en sus viajes todas las piezas del rompecabezas y aquel que, convirtiéndose en un cernícalo de una sola pluma humedecida en tinta, unirá todas esas piezas hasta hacer notar cuál es la figura que esconde. Una figura que, como aquella que se reúne alrededor de la marina de Génova, es un resumen del Universo.

Después de leer aquel primer capítulo, supe de inmediato que me encontraba ante la presencia no de un concursante, sino de un artista. Esto necesita cierta explicación. Todos los que somos jurados de un concurso como éste, sabemos que encontraremos algunos aficionados muy talentosos pero también existe la posibilidad de encontrarnos con un escritor profesional escondido tras un seudónimo, hecho que a un escritor que se inicia como yo lo inquietaba especialmente. Dados los ilustres precedentes del premio, con ganadores como Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez o Laura Restrepo, me angustiaba y al mismo tiempo fascinaba la posibilidad de estar frente a la obra de escritores reconocidos y tener la oportunidad fetichista de leer un manuscrito suyo. Escritor, he dicho, pero no necesariamente un artista. Un escritor es una persona que hace una estructura, que construye poderosas vigas argumentales, que cimienta el piso con la verosimilitud de sus personajes, con la inteligencia de sus ideas, con el riesgo de su sintaxis. Pero ¿qué es un artista? Un artista es algo distinto, un artista es un artesano que cincela el diamante, que riza el rizo, que decolora el celeste alrededor de un cuadro lleno de nubes. “Mis preocupaciones actuales son una tonalidad microscópica del azul” dice Nabokov, para mí el ejemplo del escritor-artista. Un escritor-artista es aquel que es capaz de trazar un cuadro con sutileza, fijándose en cada detalle, capaz de cargar con sutilezas y correspondencias cada una de sus frases y las acciones de sus personajes. Un artista no construye edificios, por más ambiciosas y extensas que sean sus obras, sino artefactos de relojerías en que cada rueda hace girar a la contigua y viceversa.
Ema Wolf y Graciela Montes no solo habían construido un narrador para esa historia a cuatro manos. La primera construcción fue la de crear un autor que sea, al mismo tiempo, un hombre de profundo conocimiento de las Repúblicas marineras italianas y un creador con la sensibilidad de un artista.
Pude oír todas esas ruedas, grandes y minúsculas, girando en torno a ese primer capítulo. Eso es lo que sentí al leerlo y la pregunta evidente no fue ya si ganará o no el Premio, de lo que no tenía dudas, sino si conseguirá que esas piezas sigan en funcionamiento durante toda la novela. Y sí, desde luego que sí, esas e incluso otras más complejas empezaron a dar cuerda a esta novela a medida que iba avanzando en mi lectura primero con asombro, luego con entusiasmo y finalmente con la felicidad de haber leído un libro inolvidable.

La historia de El turno del escriba puede resumirse de manera muy concreta. A fines del siglo XIII, el copista Rustichello de Pisa se encuentra en una misma prisión con el más célebre viajero de todos los tiempos, Marco Polo, y decide redactar la que será su obra definitiva: la narración de los relatos inverosímiles, maravillosos, de Marco Polo y su conocimiento con los límites de Oriente. La intención del copista es honesta, aunque tiene una segunda intención: pretende conseguir su libertad al dedicar a los príncipes cristianos la redacción de esa obra fundamental.

La síntesis de la novela nos conduce a muchas obras contemporáneas. A mí me llevó, por ejemplo, a Yo, el supremo de Roa Bastos, con aquel copista preso por la dictadura convencido de que las palabras salvarán si no su cuerpo, al menos sí su memoria. Me trajo el recuerdo también de Mario Vargas Llosa y su obra de teatro Kathy y el hipopótamo, en la que una mujer mundana le dicta a un ghostwriter o escritor fantasma la historia de sus aventuras, que éste modifica y hace épicas –con torpe calidad literaria- a gusto del cliente o de sus futuros lectores. Pero me trajo sobre todo el recuerdo de aquel cuento de Rodolfo Hinostroza llamado “El Benefactor” en que un escritor mediocre recibe, como una dádiva entregada por un benefactor anónimo y escondido, una serie de novelas terminadas que ese escritor publica con su nombre y gana dinero y fortuna. Un día el Benefactor le propone una trilogía, que resulta inacabada abruptamente antes de la última copia. ¿Ha muerto el benefactor? ¿Se ha arrepentido? ¿Ha cambiado de médium por el cual expresarse? Desde que leí aquel cuento memorable pensé que en realidad, el Benefactor y el beneficiado eran el mismo, y que ese relato era la trascripción de la condición natural del artista: un ser que vive dentro de nosotros goza de las aventuras y el otro las trascribe. Uno necesita del otro como las dos caras de una moneda. El día que uno de ellos se agote, se acaba la literatura. Desde entonces, me gusta pensar en aquel hombre que me dicta mis historias como un benefactor, un hombre que sufre y goza por mí, para que yo pueda escribir. Pero a veces, al revés, pienso y agradezco al otro, al beneficiado, aquel que sin que yo sepa, trascribe mis historias y las hace legibles para que mi vida tenga un sentido.

Como verán, El turno del escriba es una novela de dobles. Uno vive y el otro escribe. Uno tiene las piezas, el otro las ordena y completa. Uno no puede vivir sin el otro. Ambas caras de la moneda se necesitan no solo para que la moneda tenga vigencia sino para que exista, porque la moneda de una sola cara es un objeto imaginario imposible de imaginar. ¿Para qué sirven los viajes de Marco Polo sin Rustichello capaz de contarlos? Y asimismo, ¿cuál es el sentido de la vida de Rustichello sin un Marco Polo capaz de darle un soplo de vida a todas esas palabras que se acumulan en todos los seres humanos, como cuentas vacías de sentido hasta que la magia las anima?

Graciela Montes y Ema Wolf han escrito una novela hermosa, llena de preguntas concretas y también de juegos, laberintos, espejos, bromas, ironías, sutilezas; con aventuras y ensoñaciones, pero también con cuestionamientos políticos y sociales. Recuerdo que cuando ganó el Premio, todos los del jurado estuvimos satisfechos diciendo: ha ganado la novela de un autor, refiriéndonos a que quien estaba detrás de esto no era un improvisado. Un autor, un autor, nos repetíamos, y ensayábamos quién podía estar detrás de esto, hasta que abrimos el sobre y descubrimos que ese autor eran dos autoras. La sorpresa fue enorme para todos, y se prestó para miles de anécdotas y bromas, como aquella que hizo un directivo del sello diciendo que acabábamos de inventar una adivinanza: ¿cuál es el premio literario que ha sido fallado ocho veces, pero han ganado nueve novelas y diez autores? Por otra parte, creo que fue Silvia Hopenhayn, otra miembro del jurado, quien aplaudió repentinamente pues acababa de descubrir que el seudónimo con que participó MARK TWIN se refería a la palabra inglesa GEMELO, refiriéndose a las dos autoras, y no por un error tipográfico como pensamos. “Twin, gemelos, dos autoras” pensé yo, dándole una nueva vuelta de tuerca a todas estas ideas del doble, del artista y las ruedas del reloj que he comentado aquí, y que también entonces llevaba en la libreta. “Dos autoras, desde luego” me eché a reír maravillado por el juego de espejos en que Ema y Graciela nos habían involucrado. Y juro que por la ventana del segundo piso donde estábamos yo vi volar a un cernícalo.

CORA CORA MELODY

Friday, July 15, 2005
Artículo publicado en Caretas el jueves 7 de julio 2005

Una absurda guerrita entre escritores peruanos está en marcha. Y para colmo de males no se centra en el debate literario, ni en discrepancias ideológicas o políticas, sino en algo que por decir lo menos resulta tristemente banal: la cuota de fama o, si se quiere, el esquivo reconocimiento que ciertos escritores reclaman para sí mismos. Como si aún algunos hombres de letras no supieran que la literatura, en lo esencial, está hecha de derrotas; como si se olvidaran que a muchas celebridades de antaño ya no las leen ni sus ahijados.

No hay amor más sincero que el amor a la lectura. La gente lee lo que le gusta, o bien lo que le interesa. He pasado buena parte de mi vida viendo cómo los críticos han hecho trizas ciertas obras, mientras los lectores se obstinaron en contradecirlos. Y muchísimas veces, aunque no siempre he coincidido con ellos, son los lectores quienes llevan la razón.

¿Le duele a alguien no ser elevado al olimpo? Comprendo sus sentimientos. Pero en esta materia todo tiene su razón de ser. Yo soy partidario de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre: aquí y ahora, en la artificiosa pugna que un grupo de escritores andinos entabla contra un colectivo de escritores criollos, y que el novelista Miguel Gutiérrez propicia desde hace unas semanas, sólo veo dos cosas: resentimiento y un manifiesto delirio con ribetes cómicos. Ciertos autores andinos, según Gutiérrez, se quejan de la mayor cobertura periodística que obtienen los autores criollos frente a los andinos. Y atribuye esta nefasta actitud de la prensa a "la hegemonía de una secta literaria", una secta secreta, que controla los medios. ¿Un Ku Kux Klan de limeños recalcitrantes? ¡Dios mío!

Las coberturas de prensa, que yo sepa, se explican por el célebre olfato que manejan los periodistas. Y éstos saben que, en nuestros tiempos, los autores criollos generan más interés entre los lectores. Hablo de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, por citar a las plumas estelares vigentes. Hace unos días, en el supermercado Wong, el buen Bryce firmó 600 ejemplares en una tarde de su reciente libro de memorias. Ambos venden miles de ejemplares de sus libros tan pronto salen. Estos son hechos. Estas son cifras. Y hace unos años ocurría también lo mismo con Julio Ramón Ribeyro. Pero si quieren ejemplos menos apabullantes, ahí está Jaime Bayly, que dicho sea de paso cholea a medio mundo en sus libros, pero que vende y en todos los sectores, no solo entre los criollos. Rafo León, Alonso Cueto, Jorge Benavides, Toño Angulo, etcétera, venden e interesan a los lectores. Sé que no es de buen gusto que mencione mi obra, pero yo, modestamente, he agotado varias ediciones de mis novelas y cuentos, y una crónica novelada que se vendió como pan caliente. Es el mercado quien habla, y la prensa, en consecuencia, atiende ese clamor. La prensa, por cierto, responde a su vez a los criterios de calidad. Pero sin olvidar que lo que vende más periódicos son los autores que agotan ediciones. Hay buenos y malos libros entre los escritores que venden, eso se sabe. Si a mí me dan a escoger entre las novelas de Bayly y los cuentos de Edgardo Rivera Martínez, exquisito autor andino, opto por el segundo. Pero no me pongo una venda en los ojos frente a las demandas del
mercado.

A mediados del siglo veinte, sin embargo, esto no ocurría. Los autores más leídos y vendidos eran autores andinos. A todo el país ilustrado le interesaban Ciro Alegría y José María Arguedas. Yo los he leído, y aún los leo, con verdadera pasión. Igualmente me atraen los cuentos de López Albújar y de Eleodoro Vargas Vicuña, este último un buen anticipo del genial Juan Rulfo. En esos días, sin lugar a dudas, los escritores andinos reinaban y no recuerdo que los autores limeños o criollos de entonces hayan protestado por la cobertura periodística que esos autores justamente merecían. ¿Qué sucede ahora? Algo francamente ridículo. Un grupo de autores andinos, cobijados bajo el ala de Miguel Gutiérrez, reclama atención. Pero, ¿hay razones para dársela? ¡Por favor! No existe un escritor andino de la dimensión de Alegría y Arguedas. Ni siquiera existe el equivalente literario del mestizaje que encarna Chacalón, o Dina Paúcar, cantantes con profunda raigambre andina y que de hecho consiguen un gran rating de sintonía, llenan estadios y, naturalmente, convocan el interés de la prensa. Y esto no es una invención de los sociólogos. La música chicha genera biopics consagratorios de sus artistas emergentes, convoca multitudes, interesa al gran público que lee diarios y revistas.

Miguel Gutiérrez es un escritor correcto ("políticamente correcto", diría) y respeto a quienes lo celebran, pero a mí no me gusta. ¿Es esta una limitación mía y no suya? Podría ser. Yo, en todo caso, he dado públicamente mi opinión y la he repetido por escrito. Del mismo modo, tampoco me interesa Mario Bellatin, autor a quien se cataloga de criollo. Bellatín escribe bien, aunque a mi juicio es frío: no me mueve un pelo. (Hoy, según me dicen, ha mejorado en sus últimos libros). Pero en lo que respecta a Gutiérrez no tengo ninguna duda. No me convence su prosa, ni su percepción del mundo. Su novela, La violencia del tiempo, fue para mí un soporífero y hasta una
paliza. A mitad del primer tomo acabé escupiendo las muelas.

El Perú ha cambiado. Lima ya no es la ciudad de Abraham Valdelomar, escritor finísimo que admiro y un provinciano que se convirtió en nuestro primer escritor moderno y criollo. Lima es una ciudad de 9 millones de habitantes y es la ciudad andina más grande del Perú. Pero casi todos los migrantes andinos que recalan por esta villa entran en metamorfosis al día siguiente. Su adaptación es casi instantánea: se compran jeans, anteojos oscuros y unas zapatillas Nike, y se ponen a bailar cumbia andina (música tropical criolla, mezclada con ritmos andinos). Quieren ser criollos, quieren ser limeños, y, en efecto, lo consiguen. Hoy en día constituyen los nuevos limeños. No todos se integran a las clases altas y medias altas, es cierto (aunque ya llegarán, pues Los Olivos está creciendo), pero la mayoría decide nuestro destino político, pues son ellos quienes eligen a presidentes y congresistas. Y estoy seguro que la nueva literatura andina-criolla, cuando tenga un autor que la sepa expresar en lo literario como sí lo hacen los cantantes chicha, vendrá de los conos. Por el momento, en cuestión de lenguaje escrito, lo único que expresa y refleja hoy a esas mayorías andinas-criollas es la prensa chicha, una suerte de periodismo-ficción.

Dina Paúcar, de otro lado, tiene entre los criollos una pálida contrapartida. No es la alemancita simpática que se disfrazaba de mamacha y cantaba y zapateaba en canal 7. Es un buen músico de jazz y rock, Miki González, quien hace fusiones de jazz y huaynos, un mestizaje a la inversa, aunque sin la gran repercusión de las cumbias folclóricas.

La peruanidad, que es una suma de mestizajes, cuenta con diversas minorías que buscan su representación literaria. Los chinos (Siu Kan Wen), los negros (Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, dos excelentes autores), los judíos (Isaac Goldemberg), los amazónicos (Róger Rumrrill), y, desde luego, los llamados blancos limeños, que por lo general son mestizos que pueblan la capital desde hace quinientos años. Aquí, pues, hay sitio para todo y para todos, y cada uno tiene derecho a escribir sobre lo que conoció y lo que ha vivido. Así lo dije, en Madrid, en el reciente congreso de escritores. Si yo me pusiera a escribir sobre la cotidianeidad de Cora Cora, no me saldría bien. Sonaría falso. Pero escribir sobre Lima, o sobre Miraflores, o sobre las vicisitudes de los limeños que deambulan por los países del mundo, es lo que me va bien. Resulta coherente y honesto. Y ello, desde luego, no deteriora mi identidad nacional. No me hace menos peruano que el resto de los peruanos.

Que existe racismo en el Perú, nadie lo duda. Que no somos un país integrado, ni qué decir. Pero tal vez mucho de este racismo (que viene de los dos lados) y mucha de esa desintegración desnuda nuestros conflictos y abona en favor de nuestra riqueza literaria. El país literario, en todo caso, no debería contribuir a que por quítame estas pajas vivamos constantemente enconados

FERNANDO AMPUERO

Los escritores y su realidad

Tuesday, July 05, 2005
por Alonso Cueto

Hace poco, Perú.21 publicó un extenso texto de Miguel Gutiérrez sobre el Congreso de Narradores Peruanos en Madrid. A propósito del congreso, quisiera recordar aquí la generosidad y buen criterio de Jorge Eduardo Benavides y Mario Suárez, dos de sus organizadores, y la calidad de muchas de las ponencias que se presentaron. En un pasaje de su texto, Miguel afirma que en el Congreso hubo "un escritor" que se limitó a presentar su última novela. Que un escritor hable de su trabajo en un congreso de escritores no es extraño. Ocurre en todos los congresos internacionales. Si hay algo que los escritores estamos autorizados compartir es aspectos generales de nuestro trabajo (las fuentes, los procesos de escritura, la conversión de personajes de carne y hueso en ficticios, etc). Los escritores no somos necesariamente estudiosos de la literatura, capaces de hacer análisis o panoramas literarios. En algunos casos, podemos afrontar esa tarea pero no siempre es lo nuestro. En los congresos de antropólogos o historiadores o músicos, por hacer un paralelo, todos comparten siempre aspectos de sus investigaciones, proyectos y obras. En otro pasaje, Miguel afirma que en el Perú existe una secta hegemónica, que impide la difusión de los escritores "andinos". La acusación es insólita. La existencia de una secta supondría una conjura sincronizada entre escritores, periodistas, editores y directores de diarios, editores de libros –en confabulación permanente- contra los escritores andinos. Cabe agregar que la hipotética secta debe ser muy infantil, pues los medios mencionan y reseñan obras de Miguel y de otros muchos escritores. La única secta real que existió aquí fue la de la revista Narración, que juzgaba y condenaba escritores en base a su 20 supuesta ideología. Aunque reconoce que el Perú es diverso y que ha dado obras buenas, mediocres y malas, al final de su texto Gutiérrez declara, "estoy por el desarrollo
y el esplendor de la literatura andina". ¿Y por qué solo por la literatura andina?= No podríamos "estar" también por la literatura de los pueblos selváticos y costeños? ¿Y por novelas nacida de la variedad de habitantes de Lima y otras urbes? ¿Y no deberíamos esperar también el desarrollo y el esplendor de obras fantásticas, de ciencia ficción, novelas de atmósferas privadas, prosas poéticas, novelas policiales, obras históricas? ¿Y qué de la literatura escrita por exilados? Declararse a favor de un único tipo de literatura es construir una trinchera en un campo de batalla inexistente. Las palabras de un buen libro se quedan grabadas en los corazones de sus lectores, vengan de donde vengan. Una
novela, cuento o poema bien logrado es un organismo vivo cuyos rayos nos iluminan siempre. Debemos "estar" pues solo por la buena literatura, la que surge de la soledad esencial de sus creadores. De lo contrario, corremos el riesgo, entonces sí, de caer en una visión sectaria, y habremos perdido, en realidad, toda esperanza.

USO DE LA PALABRA: ENCUENTRO EN MADRID

Por Miguel Gutiérrez (Escritor)

En el Encuentro de Narradores Peruanos realizado en Madrid se enfrentaron, según el autor, el grupo que controla algunos medios y los escritores del mundo andino.

Uno de los aspectos más meritorios del reciente Encuentro de Narradores Peruanos que se celebró en Madrid del 23 al 27 de mayo de los corrientes (25 años de narrativa en el Perú, 1980-2005) fue la amplitud de su convocatoria debido al espíritu abierto y democrático de sus organizadores, entre los que destacan los narradores Mario Suárez Simich, Jorge Eduardo Benavides y la entusiasta peruanista de nacionalidad española María Ángeles.

En los pocos eventos de este tipo a los que he asistido a lo largo de mi vida, casi siempre se trató de convocatorias parciales, más exactamente de amigos de los grupos hegemónicos que dirigen la cultura peruana o de grupos vinculados por aspiraciones regionales o por concepciones ideológicas comunes. Pese a algunas ausencias (por situaciones ajenas a la convocatoria misma), entre mujeres y hombres de los más diversos credos artísticos, procedentes de todas las regiones del Perú y de Estados Unidos y Europa, fueron más de 40 los escritores que se reunieron en Madrid confiriendo representatividad al encuentro.

El acto inaugural corrió a cargo de Mario Vargas Llosa, y las sesiones y debates tuvieron lugar en el espléndido local de la Casa de América. Las ponencias se establecieron sobre la base del carácter pluricultural y multilingüe de la sociedad peruana y de la heterogeneidad de sus literaturas. Como suele ocurrir, las calidades de las ponencias fueron diversas, pero de ninguna manera, sin faltar a la verdad, se les puede calificar de "pobres", como lo ha hecho algún escritor que justamente no contribuyó con ninguna ponencia y se limitó a presentar su novela más reciente.

En mi primera intervención ofrecí un panorama de la narrativa peruana en el período elegido. Por razones de tiempo hice una lectura demasiado parcial de un texto cuya exposición me hubiera demandado alrededor de 50 minutos. Mi propósito fue mostrar de la manera más objetiva (absteniéndome de toda opinión) de lo que realmente se ha escrito y publicado en el Perú y en el extranjero en los últimos 25 años.

Aunque el buen momento por el que atraviesa la narrativa peruana es el resultado conjunto de todas las generaciones vigentes (incluyendo el considerable aporte de poetas que han incursionado en la narrativa), me ocupé principalmente de la producción de las "generaciones" de los 80 y 90, conformadas por hombres y mujeres de las diferentes regiones del Perú. Así, para referirme a una sola generación, conforman la "gente" del 80 Jara, Cueto, Mariella Sala, Zorrilla, Tamayo San Román, Siu Kam Wen, Giovanna Pollarolo, Choy, Niño de Guzmán, Schwalb Tola, Aída Balta, Pilar Dughi, Castro, Guevara Paredes, Leyla Bartet, Suárez Simich, Nieto Degregori, Viviana Mellet, Malca, Iwasaski Cauti, María T. Ruiz Rosas, Ninapayta, Valenzuela.Asimismo consideré a escritores que cabalgan entre dos generaciones, como Colchado (Ancash), Ampuero (Lima), Cardich (Huanuco), Rosas Paravicino (Cuzco) o Panaifo Texeira (nacido en la Amazonía), o a Bellatín (nacido en México) y Herrera (Arequipa), situados en la
"generación" del 90, pero que publicaron sus primeros libros en la década anterior.

Si los escritores de los 80 empezaron a publicar bajo el impacto de la guerra interna, los jóvenes de los 90, que eran niños o adolescentes en los momentos más duros de la guerra, iniciaron su producción cuando en la situación mundial se habían producido cambios sustantivos, como el desmembramiento de la URSS y la instauración hegemónica en el mundo de la política y el pensamiento neoliberales (son los días de gloria del señor Fukuyama), mientras en el orden interno se produce la derrota de Sendero y el MRTA y se impone el fujimorato. Existe, es verdad, una cierta estética minimalista que vincula a ambas generaciones, pero existen también entre ellas marcadas (y en algunos casos, radicales) diferencias. Más allá de la búsqueda de una escritura propia, los del 80 continúan la tradición de la narrativa anterior y creen y apuestan por valores como los de la justicia y solidaridad humana, pero no desde una perspectiva ideológico-política, sino humanística. En cambio, los del 90, por lo
menos en sus posiciones más extremas, niegan la tradición narrativa, rechazan el realismo, postulan una poética centrada en el yo y en los universos privados, a la vez que abogan por el absoluto descompromiso social y el apoliticismo, si bien su filo político implícito (con resonancias del pensamiento conservador vargasllosiano) se manifiesta en su beligerancia frente a todo aquello que suene a socialismo o a valores comunitarios.

Por razones de espacio no puedo referirme a la riqueza y diversidad que caracteriza a nuestra narrativa última, como lo demuestra la variedad de líneas creativas, una gran apertura temática y la búsqueda y práctica de nuevos géneros. Por eso me excuso por perder estas últimas líneas para esclarecer un supuesto problema que suscitó mi discurso de clausura del encuentro. Dejando de lado lo anecdótico, el malentendido tuvo que ver con la relación del grupo hegemónico que domina los medios de comunicación y los narradores del mundo andino. Aunque sobre ambos temas he publicado libros y ensayos, he dictado conferencias y concedido entrevistas en los últimos quince años (con planteamientos que sigo manteniendo y a los cuales remito a los interesados), para evitar intentos de manipulación o interpretaciones torcidas sintetizaré aquí mis posiciones.

En mi novela Poderes secretos llamé "secta garcilacista" a lo que comúnmente se conoce "como argollas" o "mafias" que controlan lo que antes se llamaba "la cultura oficial". En el campo literario este grupo entró en crisis durante el velascato, se replegó en los años de la guerra interna y con nuevos rostros (y algún sobreviviente), en una suerte de cruzada neocarlista recuperó su poder durante el fujimorato y en las condiciones de la derechización del mundo. Que la secta mantiene su poder lo prueban los despachos y crónicas desinformantes (publicados en los medios que ella controla) sobre el desarrollo del encuentro. ¿Son malos escritores? No, no lo son. Pero tampoco son notables escritores que hayan escrito libros verdaderamente memorables. Y menos existe un escritor genial, como se alucina el tonto de la secta.

Uno de los aspectos más importantes de la narrativa actual es el surgimiento de una nueva narrativa andina con autores de indudable valor. Es de conocimiento público que esta corriente es omitida por el grupo hegemónico en sus informes literarios, así como se margina o se minimiza a sus escritores más representativos. ¿Qué hacer frente a esta realidad? En primer lugar, dar al traste las lamentaciones y no pretender ser admitido en los medios que la secta domina, pues es probable que si se le tocan las puertas alguno podrá ser admitido, pero en condiciones de subordinación. No, lo que hay que hacer es persistir en la creación de calidad cada vez más rigurosa y desarrollar una campaña agresiva estableciendo y fundando espacios, revistas y editoriales alternativos pero muy acordes con la modernidad.

Sin embargo, algunas de sus tesis las considero profundamente erróneas, como aquella que sostiene que la narrativa andina represente la esencia de lo peruano y que la sola pertenencia a este mundo sea garantía de calidad. Como dijo el escritor Alfredo Pita, estoy por el desarrollo y esplendor de la narrativa andina. Mas como en cualquier literatura, en la andina existen obras buenas, malas y mediocres, aunque tengo la seguridad que las buenas obras se impondrán pese a los boicots de la secta y su iconografía autoglorificadora. El Perú no es dual, es diverso y múltiple y en esto reside su posible esperanza.