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notas

del blog moleskine literario

Cuando el dolor se vive a secas

Thursday, April 23, 2009
Entrevista: Daniel Viglione
Publicado en El Observador (Uruguay)
Sábado 11 abril 2009

Ya desde uno de los epígrafes del libro, el de Cees Nooteboom, uno percibe que va a enfrentarse con una obra dura, fuerte, reflexiva. ¿Cómo surgió la necesidad de contar una historia tan traumática como fue la del terrorismo de Estado que vivió Perú en la década de 1980?

En realidad, lo que yo quería contar no era la historia del terrorismo sino la del dolor de un hombre que pierde a su hijo. Ese es el núcleo central, la ausencia del hijo, el dolor por la pérdida, el dolor a secas. Pero en algún momento de la escritura descubrí que el dolor de aquel hombre puede ser compartido –aunque solo simbólicamente- con el colectivo. Que un dolor es inmenso pero no único, que hay otros que sufren y podemos aprender de ese otro sufrimiento y no solo del nuestro. Entonces surgió la posibilidad de estableces vínculos entre el dolor individual y el colectivo.

Si bien la novela se sitúa en el final del gobierno de Toledo, los hechos más duros del relato (quitando el de la muerte del hijo del protagonista) pertenecen a este pasado más reciente de Perú y son narrados justamente en el sitio más golpeado por el terrorismo de Estado que hubo en su país. ¿Por qué decidió enclavar la novela en ese período? ¿Necesitó de esta distancia para lograr acercarse, más hondamente, a un tema tan delicado como el de la dictadura militar y el de la guerrilla en su país?

Uno de los temas fundamentales de la novela es el papel que ocupa la memoria a la hora de superar el dolor. ¿La memoria debe ser superada, obviada, para poder superar el dolor? ¿O, por el contrario, deberíamos enfrentarnos a ese dolor con la memoria intacta y si es posible aumentada con los testimonios del pasado que no hemos querido conocer? El primer paso para superar el dolor es enfrentarnos a nuestra memoria. Por eso, el personaje hace el recuento de su doloroso pasado mientras que el país entero, a través de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación lo hace del suyo. Por eso ubiqué la historia en ese momento mismo, el del pasado recobrado y proyectado en el presente. Situé además la historia en una zona tan convulsa porque me pareció importante que el narrador, limeño y de la burguesía, se enfrente radicalmente a un territorio que le es ajeno por completo, incomprensible, pero cuya persistencia es en sí misma (como el epígrafe de Nooteboom lo pide) un recordatorio de que el dolor existe y es real.

¿No piensa usted que todavía hay algunos sectores de la sociedad peruana que no están preparados para esta novela o que preferirían no leerla?

Creo que hay sectores de la sociedad peruana, especialmente intelectual de izquierda, que no están preparados para leer una novela donde un peruano limeño de clase adinerada se contraste con el mundo andino y que acepte que no lo comprende, aunque comparte algo con él como es la pérdida de los seres amados. En el Perú, solo se puede escribir desde la “mala conciencia”, desde la culpa por no haber sido capaces de entender el horror en el momento mismo cuando ocurría. Pero creo que es importante saber por qué no fuimos capaces de entenderlo, qué estaba pasando en la vida de cada uno de nosotros en ese instante mismo y saber reconocer, además, que en un país tan dividido como el nuestro es imposible esperar una reconciliación auténtica si no sabemos reconocer que el dolor propio es tan importante y significativo como el ajeno. No se trata de abrazarnos entre todos y hacer la ficción que nos entendemos ahora sí. Eso es imposible, inverosímil. Lo que podemos hacer es vivir cada uno en su esfera y tratar de compartir los espacios comunes con dignidad, solidaridad y respeto.

¿Cuando el protagonista no puede contestarle a su mujer esa carta que tiene pendiente, y que tiene que ver con el abandono de ella, qué es lo que está queriendo decir realmente? ¿Hay algún tipo de alusión a cómo Perú ha enfrentado este tema de la violencia política?

El narrador de mi novela es un autista. Es incapaz de expresar lo que siente. El dolor de la pérdida del hijo y el abandono de su esposa lo ha silenciado. Pero en realidad desde antes, desde mucho antes de esas pérdidas, él era un autista incapaz de conectarse seriamente con los demás, aunque tenía una sensibilidad afinada como oreja de perro. Escribir esa carta es una imposibilidad para él, al menos mientras no tenga un aprendizaje de toda su experiencia. Y cuando aprende, escribir la carta es lo de menos porque el objetivo ya está cumplido.

¿Por qué si el protagonista es un periodista de prestigio le cuesta tanto comunicarse con los otros? ¿Es la muerte del hijo del protagonista la culpable de sus silencios? ¿Cómo hizo para escribir esos pasajes tan duros? (confieso que soy padre de un niño de dos años y cada vez que el libro hablaba sobre Paulo se me paraba el corazón)

Qué bueno lo que me dices sobre la lectura. A mí también se me paralizaba el corazón mientras escribía la novela, qué bien que pude transmitir mi propio miedo. Bueno, creo que en la respuesta anterior te contesté un poco lo de por qué le cuesta comunicarse con los demás. Tiene que ver con su personalidad autista. Quizá por eso mismo justamente es periodista. Un observador que busca la objetividad en los hechos, sin comprometerse en ellos.

¿Pueden ser las palabras del fotógrafo Scamarone, “¿Saben cuál es la sensación más difícil de retratar? El cinismo. Es prácticamente imposible”, un resumen de la idea central del libro? ¿Para usted, la sociedad peruana, sabía o no lo que estaba sucediendo con los secuestros, las desapariciones y las muertes? ¿Puede haber en esa frase una alegoría a cómo Perú reaccionó ante estos hechos?

Yo creo que esa frase de Scamarone resume lo que pienso no solo del Perú sino del mundo. De las personas. Creo que el peor problema de la humanidad es que somos incapaces de creer en los demás y en parte es porque no podemos identificar en los otros su capacidad para la mentira, para la estafa, para el cinismo. Cierto, encaja perfectamente eso con los años de Fujimori, un personaje cínico por excelencia. Pero sé que Scamarone se refería a algo más general que la historia política reciente del Perú.

En su libro Un lugar llamado Oreja de Perro el tema de la memoria está presente todo el tiempo pero desde dos miradas muy distintas: por un lado la memoria como elemento que ayuda a reconstruir el presente y por otro lado como obsesión, como miedo, como si perderla fuera un salto al vacío o a la irrealidad. ¿Cómo explica estas dos miradas?

Bueno, para contestarte eso tendría que volver a contar la novela. Esos dos lados están presentes en cada capítulo, en toda la novela, casi diría en cada escena. El narrador parte con la necesidad de olvidar, envidiando a un amnésico que entrevistó para su revista. Y luego, llega a la conclusión que lo único que lo hará libre, que conseguirá ayudarlo a superar la pérdida y el duelo, es contar con la memoria como un intérprete de emociones, de las suyas y las ajenas. La memoria no como espía (la frase de la profesora de chino al amnésico al principio de la novela) sino como una maestra. Una maestra muy dolorosa y nada concesiva, eso sí.

¿Alguna de las dos le pertenece más a usted que al personaje?

Las dos por igual. Depende de la luna (lo digo en serio).

¿Sirven libros como Un lugar llamado Oreja de Perro para sanear viejas heridas o para mantener viva la memoria?

Yo creo que mi novela fue, en primer lugar, un intento de salvarme a mí. Una expiación personal. No creo que existan libros que pueden sanear viejas heridas, porque no creo que las heridas deban ser saneadas ni superadas. Yo creo en las cicatrices. Me gustan los vestigios, las ruinas (de eso trata mi novela El viaje interior). Creo en los museos del dolor. Creo en los lugares de encuentro. Creo que las heridas están ahí para hacernos recordar lo que somos, lo que hemos vivido y que hemos llegado a este mundo para aprender, no para ser felices inconscientemente.

¿Nunca ha pensado que la memoria, en realidad, sirva para olvidarnos de las cosas?

Voy a pensarlo.

¿Puede ser ese olvido una forma de asumir la derrota y las pérdidas?

Creo que la única forma de asumir y entender esas derrotas y pérdidas es llegar a la convicción del ciego de Diderot, que está al final de la novela: no pidas lo que no es para uno, sino lo que nos perteneces. Hay que aprender a pedir no que nos den visión sino brazos más largos.

¿Qué fue lo primero que sintió al enterarse que su obra Un lugar llamado Oreja de Perro había sido la finalista del Premio Herralde?

Una enorme felicidad de saber que mi novela ingresaría al catálogo de mi editorial favorita en el idioma, donde he leído a tantos maestros.

¿Por qué ya no sale al aire el programa de televisión Vano oficio? ¿Qué pasa con la literatura en ese medio?

Porque el gerente de televisión descubrió, luego de 7 años en el aire, que no pronunciaba bien las vibrantes múltiples, y concluyó contundentemente que una persona culta que, además, pretendía dar cultura al país, no podía ser una persona con deficiencias en el habla. Claro, nunca reemplazó al programa por un conductor con una voz perfecta. Todavía siguen repitiéndose viejos programas, creo.


¿Por qué, para qué y para quiénes creó el blog Moleskine Literario?

Para mí. Para todos. Y para qué, no sé. Quizá porque siempre tengo demasiada información, leo demasiado sobre actualidad literaria, y me gusta descargarla en el blog para así liberar un poco mi cabeza y quedarme solo con lo esencial. No quién ganó tal premio ni quién se peleó con tal persona sino quizá solo una frase, un gesto, un comentario de algún escritor o de un reseñista. Para eso existe Moleskine Literario, creo, es como un puerto usb de mi memoria literaria.

El personaje como punto de fuga

Tuesday, April 07, 2009
Felipe Fernández
LA NACION
Sábado 4 de abril 2009

Un periodista es enviado a Oreja de Perro, un caserío situado en el departamento de Ayacucho, donde abundan las fosas clandestinas que recuerdan la época del terrorismo de Sendero Luminoso y la represión del ejército. El cronista debe cubrir la visita del presidente Alejandro Toledo (2001-2006), quien cerca del final de su mandato "ha escogido la zona para iniciar un programa de reparto de dinero para los campesinos".

El inicio de Un lugar llamado Oreja de Perro (Finalista del Premio Herralde de Novela) parece anunciar un argumento centrado en la violencia política de aquellos años, pero el texto pronto se desvía en otras direcciones. Su autor, el peruano Iván Thays, acomoda al protagonista y narrador de la historia como un punto de fuga en el cual convergen los diferentes episodios que componen la estructura de la obra.

Al hombre de prensa le atrae el concepto de la maldad como esencia del ser humano, más que el de la verdad buscada por la comisión encargada de investigar los crímenes cometidos en la zona. También parece obsesionado por el caso de una persona que perdió la memoria y la posibilidad de considerar la amnesia como una liberación. Sin embargo, estos temas quedan a la deriva y no reciben un desarrollo concreto.

Dos hechos han sacudido el mundo afectivo del periodista y configuran su estado mental cuando llega a Oreja de Perro: la muerte de Paulo, su hijo de cuatro años, y una crisis en su matrimonio que sugiere una ruptura definitiva. Hay una larguísima carta de su esposa Mónica que debe contestar, en la cual supuestamente le dice por qué lo ha abandonado.

En el albergue donde se hospeda conoce a Jazmín, una muchacha que ha quedado embarazada de un militar. Con ella inicia una relación sexual sin demasiado compromiso de parte de él, como si sólo intentara anestesiarse contra la melancolía y la frustración que carga en el alma. Podría intuirse, en este punto, una identificación con el amnésico, que perdió la memoria "luego de matar en un accidente a su esposa y su hijo", pero esa frágil conexión simbólica no basta para hablar de simetría o unidad.

Thays cuenta las cosas con solvencia. La primera persona le da aire y libertad de movimiento para discurrir a tientas, sin ajustarse a una orientación precisa. El uso reiterado del punto y aparte ordena las oraciones en flujos espaciados, como si quisiera remarcarse que la aparente falta de trabazón en la trama intenta reflejar la pausada indiferencia en las reflexiones del protagonista (al que por alguna razón no se le da un nombre). Las intervenciones de Scamarone, el bufonesco fotógrafo que lo acompaña, funcionan como un medido contrapunto cómico.
La escritura gana solidez y la visión se vuelve más nítida en los fragmentos dedicados a la evocación de la muerte de Paulo. Mediante un tono sencillo y despojado se logra transmitir la inmensidad de una pérdida que no requiere de estridencias sentimentales. El mismo recurso ennoblece los meritorios pasajes en los cuales Jazmín relata sus vanos intentos por localizar y rescatar a su madre, detenida por las fuerzas de seguridad. Los capítulos destinados a construir el personaje de Mónica, en cambio, no alcanzan la misma eficacia literaria.

La novela transcurre en un par de días. El regreso del periodista a Lima deja varios enigmas pendientes y un final, tal vez demasiado abierto, que el lector debe cerrar con su propia imaginación.