Mano a mano: Pauls y Piglia
por Iván Hernández
En el encuentro Vivamérica que transcurre en Madrid, se encontraron Los argentinos Ricardo Piglia y Alan Pauls, más el uruguayo Hugo Burel, el mexicano Martín Solares y la cineasta brasileña Lina Chamie. La charla tuvo en general un nivel bastante bueno, pero me gustaría rescatar las palabras de los dos argentinos sobre la relación entre el cine y la literatura. La primera en participar fue Chamie, para hablar de las distinciones entre el lenguaje cinematográfico y el narrativo. Y por allí siguió el asunto Pauls, quien además de narrador ha sido crítico de cine y cuya obra El pasado ha sido llevada al cine por Héctor Babenco. Pauls cuestionó el interés que en la actualidad tiene la adaptación de una novela al lenguaje cinematográfico y confesó que su interés más bien tenía que ver con las relaciones entre escritores y directores de cine. Contó la anécdota de cómo un día Antonioni, el celebrado director italiano muerto hace poco, llamó al novelista francés Alain Robbe-Grillet para que le hiciera un guión. Cuando celebraron la primera reunión de trabajo. Robbe-Grillet empezó a leer las primeras páginas de su guión, señalando las habituales convenciones de este formato (exteriores, interiores, vestimenta, etc.) y en ese momento Antonioni lo detuvo y le dijo que esas cosas eran asuntos suyos. Enfadado, Robbe-Grillet, que más tarde filmaría sus propias películas, se levantó de la mesa y se fue. El otro ejemplo que dio Pauls fue el de Marguerite Duras; ambos, Duras y Robbe-Grillet, crearon una zona híbrida entre ambos lenguajes que según el autor de Wasabi es un asunto más interesante que el de las adaptaciones tradicionales.
Piglia por su parte recordó que el cine sustituyó a la novela como narración social y la hizo perder su público. El efecto de este cambio, dijo, fue beneficioso, debido a que los novelistas pudieron escribir con mayor libertad (Dos Passos, Musil, Joyce, Kafka) y sin tener que atender a las presiones del público que leía las novelas decimonónicas. Entre los autores que se relacionaron con la industria del cine, Piglia mencionó a Hemingway y Faulkner, pero se refirió particularmente a Scout Fitzgerald que en un momento dado de su vida se mudó a Hollywood “porque es allí donde se están escribiendo las novelas”. El experimento fracasó. La experiencia de Fizgerald es la de la derrota de la novela frente al cine.
El autor de Respiración artificial se sumó al interés de Pauls por los autores que quieren ser directores, y añadió otra variante igualmente atractiva: la de los directores que aprovechan universos que la literatura piensa ya como clausurados. El ejemplo fue The wrong man, de Hitchcock, donde aparece un mundo kafkiano ya imposible de revivir en la narrativa pero que en el cine funciona. Y otro caso señalado fue el de la influencia de John Dos Passos en la filmografía de Orson Welles.
El otro asunto interesante en la charla apareció cuando Pauls respondió a la pregunta de cómo las nuevas tecnologías influyen en la literatura. Con la aparición de las nuevas tecnologías, dijo Pauls, “la literatura empieza a aceptar que la banalidad está en su corazón; particularmente cuando pensamos en sucesos hipercotidianos como el envío de un correo electrónico. El género que lo precede, el epistolar, es dramático porque entra en juego la espera, el tiempo que tarda en llegar una carta a su destinatario, mientras que en los correos electrónicos ese tiempo desaparece y los convierte en completamente adramáticos. La era de la representación suena ya vieja y la literatura se pregunta qué hacer en esta era del registro de la realidad, de pensar que todos nuestros actos pueden ser registrados pero no necesariamente representados”.
Aunque al principio Ricardo Piglia contestó que las tecnologías en la literatura eran simplemente una respuesta temática y no un cambio en la forma, la argumentación de su coterráneo lo hizo dudar y a cambio respondió que si bien estos cambios todavía imperceptibles en la forma eran posibles, otras cosas como el tiempo de lectura eran imposibles de modificar. “Estas tonterías que pregonan en la lectura veloz ya lo han hecho hace mucho tiempo los poetas o el mismo Joyce en Finnegan’s Wake. Lo que no se ha podido modificar es el tiempo de lectura, el tiempo que requiere el lenguaje y en el que el propio lenguaje se convierte”. Para el ensayista, narrador y profesor argentino, lo que en realidad han aportado las nuevas tecnologías y la cultura de masas aparece en un texto de Hans Magnus Enzensberger en su libro Elementos para una teoría de los medios de comunicación: la incertidumbre entre ficción y no ficción y que se traduce, por ejemplo, en la obsesión que los documentalistas tienen en la ficción y viceversa: la obsesión que a veces tienen los narradores por los datos de lo real.
Finalmente, a un comentario que hizo Pauls sobre el cine (“el cine ha devuelto ya a la narrativa lo que ésta le prestó en el siglo XIX) Piglia respondió diciendo que hasta ahora se ha cumplido que cada vez que aparece una nueva tecnología la práctica de los creadores se “artistiza”, como pasó con la pintura al aparecer la fotografía; con la novela al aparecer el cine; e incluso, con la televisión en la producción de algunas series en respuesta a la aparición de Internet”.
En el encuentro Vivamérica que transcurre en Madrid, se encontraron Los argentinos Ricardo Piglia y Alan Pauls, más el uruguayo Hugo Burel, el mexicano Martín Solares y la cineasta brasileña Lina Chamie. La charla tuvo en general un nivel bastante bueno, pero me gustaría rescatar las palabras de los dos argentinos sobre la relación entre el cine y la literatura. La primera en participar fue Chamie, para hablar de las distinciones entre el lenguaje cinematográfico y el narrativo. Y por allí siguió el asunto Pauls, quien además de narrador ha sido crítico de cine y cuya obra El pasado ha sido llevada al cine por Héctor Babenco. Pauls cuestionó el interés que en la actualidad tiene la adaptación de una novela al lenguaje cinematográfico y confesó que su interés más bien tenía que ver con las relaciones entre escritores y directores de cine. Contó la anécdota de cómo un día Antonioni, el celebrado director italiano muerto hace poco, llamó al novelista francés Alain Robbe-Grillet para que le hiciera un guión. Cuando celebraron la primera reunión de trabajo. Robbe-Grillet empezó a leer las primeras páginas de su guión, señalando las habituales convenciones de este formato (exteriores, interiores, vestimenta, etc.) y en ese momento Antonioni lo detuvo y le dijo que esas cosas eran asuntos suyos. Enfadado, Robbe-Grillet, que más tarde filmaría sus propias películas, se levantó de la mesa y se fue. El otro ejemplo que dio Pauls fue el de Marguerite Duras; ambos, Duras y Robbe-Grillet, crearon una zona híbrida entre ambos lenguajes que según el autor de Wasabi es un asunto más interesante que el de las adaptaciones tradicionales.
Piglia por su parte recordó que el cine sustituyó a la novela como narración social y la hizo perder su público. El efecto de este cambio, dijo, fue beneficioso, debido a que los novelistas pudieron escribir con mayor libertad (Dos Passos, Musil, Joyce, Kafka) y sin tener que atender a las presiones del público que leía las novelas decimonónicas. Entre los autores que se relacionaron con la industria del cine, Piglia mencionó a Hemingway y Faulkner, pero se refirió particularmente a Scout Fitzgerald que en un momento dado de su vida se mudó a Hollywood “porque es allí donde se están escribiendo las novelas”. El experimento fracasó. La experiencia de Fizgerald es la de la derrota de la novela frente al cine.
El autor de Respiración artificial se sumó al interés de Pauls por los autores que quieren ser directores, y añadió otra variante igualmente atractiva: la de los directores que aprovechan universos que la literatura piensa ya como clausurados. El ejemplo fue The wrong man, de Hitchcock, donde aparece un mundo kafkiano ya imposible de revivir en la narrativa pero que en el cine funciona. Y otro caso señalado fue el de la influencia de John Dos Passos en la filmografía de Orson Welles.
El otro asunto interesante en la charla apareció cuando Pauls respondió a la pregunta de cómo las nuevas tecnologías influyen en la literatura. Con la aparición de las nuevas tecnologías, dijo Pauls, “la literatura empieza a aceptar que la banalidad está en su corazón; particularmente cuando pensamos en sucesos hipercotidianos como el envío de un correo electrónico. El género que lo precede, el epistolar, es dramático porque entra en juego la espera, el tiempo que tarda en llegar una carta a su destinatario, mientras que en los correos electrónicos ese tiempo desaparece y los convierte en completamente adramáticos. La era de la representación suena ya vieja y la literatura se pregunta qué hacer en esta era del registro de la realidad, de pensar que todos nuestros actos pueden ser registrados pero no necesariamente representados”.
Aunque al principio Ricardo Piglia contestó que las tecnologías en la literatura eran simplemente una respuesta temática y no un cambio en la forma, la argumentación de su coterráneo lo hizo dudar y a cambio respondió que si bien estos cambios todavía imperceptibles en la forma eran posibles, otras cosas como el tiempo de lectura eran imposibles de modificar. “Estas tonterías que pregonan en la lectura veloz ya lo han hecho hace mucho tiempo los poetas o el mismo Joyce en Finnegan’s Wake. Lo que no se ha podido modificar es el tiempo de lectura, el tiempo que requiere el lenguaje y en el que el propio lenguaje se convierte”. Para el ensayista, narrador y profesor argentino, lo que en realidad han aportado las nuevas tecnologías y la cultura de masas aparece en un texto de Hans Magnus Enzensberger en su libro Elementos para una teoría de los medios de comunicación: la incertidumbre entre ficción y no ficción y que se traduce, por ejemplo, en la obsesión que los documentalistas tienen en la ficción y viceversa: la obsesión que a veces tienen los narradores por los datos de lo real.
Finalmente, a un comentario que hizo Pauls sobre el cine (“el cine ha devuelto ya a la narrativa lo que ésta le prestó en el siglo XIX) Piglia respondió diciendo que hasta ahora se ha cumplido que cada vez que aparece una nueva tecnología la práctica de los creadores se “artistiza”, como pasó con la pintura al aparecer la fotografía; con la novela al aparecer el cine; e incluso, con la televisión en la producción de algunas series en respuesta a la aparición de Internet”.