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notas

del blog moleskine literario

Kundera, ensayista

Tuesday, November 22, 2005
Por Abelardo Oquendo

La gloria de los artistas es la más monstruosa de todas, porque implica la idea de la inmortalidad. Es una trampa diabólica porque la pretensión grotescamente megalómana de sobrevivir a la muerte está relacionada con la probidad del artista. Toda novela creada con auténtica pasión aspira de un modo natural al valor estético duradero, lo cual quiere decir que aspira a sobrevivir a su autor. Escribir sin esa ambición es puro cinismo. Un novelista mediano, que produce a conciencia libros efímeros, corrientes, convencionales, solo es digno de desprecio. Es la maldición del novelista: su honestidad está atada al potro infame de su megalomanía.”
Las palabras precedentes son de Milan Kundera. Figuran en su más reciente libro traducido al castellano: El telón (Tusquets Editores, 2005). El novelista checo vuelve aquí al ensayo, género que ha practicado con brillo en libros de amplia difusión como El arte de la novela y Los testamentos traicionados. Con brillo, no así con profundidad. El párrafo trascrito lo ejemplifica. La presentación de la idea busca impactar más que convencer; no razona, dictamina, casi decreta. Un pensamiento autoritario establece el ser de las cosas para el lector sumiso, avasallado por el ímpetu del autor, el vigor de su convicción, sus raptos de pasión, contagiosos.
Gloria monstruosa, trampa diabólica, pretensión grotesca, la maldición del novelista, el potro infame de la megalomanía... Muchos sabores fuertes reunidos en el breve texto citado trastornan la sustancia que adoban, como sucede cuando en el periodismo se ‘levanta’ una noticia: el acontecimiento es alterado y hasta relegado por la forma que reviste.
Si no se dan por sentados los puntos de partida de Kundera, todo lo dicho en el fragmento citado queda en el aire. Es decir: podría afirmarse lo contrario con igual validez aparente ; basta con una cierta elocuencia.
Lo anterior no implica por necesidad una discrepancia con las opiniones del autor. La cuestión consiste en que El telón ilustra más sobre cómo ve y qué piensa Kundera sobre las materias que trata que sobre ellas mismas. Sin duda, ni la gloria ni la inmortalidad amenazan a sus inteligentes y amenos ensayos, que bien pueden estimular a un lector activo a repensar algunos de los temas que plantea en torno de los viejos predecesores y los no tan viejos padres de la novela moderna y sobre algunas grandes figuras contemporáneas del arte de narrar, como Kafka, Musil, Broch y también García Márquez, a quien vincula sorprendentemente con Kafka, Carpentier, a quien enlaza con Broch, y Borges, a quien aproxima a Gombrowicz para no menor sorpresa. No es este un libro de lectura necesaria para quienes gustan pensar la literatura, pero tampoco es “digno de desprecio”, para usar las duras palabras del autor acerca de los narradores de la medianía, que son casi todos (y si no él, sí algunas de sus ficciones).

Publicado en LA REPUBLICA, sábado 19 de noviembre 2005

Cosas de la tribu. ¿Escritor de epitafios?

Friday, November 04, 2005
Leonardo Aguirre Escritor

Mi abuelo tiene más de 70 años. Ha sido contador, administrador bancario, gerente de dos farmacias, profesor, árbitro de fútbol. Fue católico, adventista y, ahora, masón. Ha vivido en Yanquilandia y conoce gran parte de Europa. Estuvo en dos mundiales. Se casó dos veces. Hasta no hace mucho, tenía una novia treinta años menor. De hecho, su prontuario sentimental es casi la guía telefónica. El caso es que cada vez que converso con él, me cuenta una nueva, sabrosa y singular historia. Y siempre remata la anécdota con esta frase: “deberías escribir sobre eso”.
Por otro lado, en los blogs literarios peruanos (léase mis últimas dos columnas) ha prendido una discusión en torno a la responsabilidad (palabra equívoca) del escritor frente a su entorno político y social. Más precisamente, algunos reclaman que la literatura peruana contemporánea regurgite la guerra contra el terrorismo o la dictadura fujimorista. Dicen que ya es hora de hacer evaluaciones en el terreno artístico. Y no parecen conformarse con que los escritores peruanos toquen el tema tangencialmente, en clave o en tono paródico (una lógica elemental: si el tema es grave, el escritor no puede callar y, peor aún, está prohibido de reírse). Exigen que la literatura se sumerja en el fango y tome una posición.
Nadie puede decirle a un escritor sobre qué debe escribir. Ni mi abuelo ni los críticos literarios. Pasé mi niñez y adolescencia en un Perú apocalíptico. Pero no soy el apóstol Juan. Mi colegio recibió amenazas y la bomba de Tarata retumbó en mis ventanas. Pero nunca escribí al respecto. Mis obsesiones, mis gustos, lo que me sale del forro, eso que Varguitas llama “demonios interiores”, todo eso que alimenta mis páginas no incluye apagones, fosas comunes, coches-bomba, disolver, disolver, que Dios nos ayude.
¿Debo sentirme culpable? ¿Se me puede achacar alguna “irresponsabilidad”? ¿Todavía es posible hablar de “literatura comprometida”? Aprehender el contexto político-social no es más que una opción. Una opción tan “responsable” como cualquier otra. No es un imperativo para los que hacemos literatura en estos tiempos post-terrorismo y post-dictadura. Yo, por lo menos, escribo lo que me dicta el espejo; no lo que dicta el noticiero.