Cosas de la tribu. ¿Escritor de epitafios?
Leonardo Aguirre Escritor
Mi abuelo tiene más de 70 años. Ha sido contador, administrador bancario, gerente de dos farmacias, profesor, árbitro de fútbol. Fue católico, adventista y, ahora, masón. Ha vivido en Yanquilandia y conoce gran parte de Europa. Estuvo en dos mundiales. Se casó dos veces. Hasta no hace mucho, tenía una novia treinta años menor. De hecho, su prontuario sentimental es casi la guía telefónica. El caso es que cada vez que converso con él, me cuenta una nueva, sabrosa y singular historia. Y siempre remata la anécdota con esta frase: “deberías escribir sobre eso”.
Por otro lado, en los blogs literarios peruanos (léase mis últimas dos columnas) ha prendido una discusión en torno a la responsabilidad (palabra equívoca) del escritor frente a su entorno político y social. Más precisamente, algunos reclaman que la literatura peruana contemporánea regurgite la guerra contra el terrorismo o la dictadura fujimorista. Dicen que ya es hora de hacer evaluaciones en el terreno artístico. Y no parecen conformarse con que los escritores peruanos toquen el tema tangencialmente, en clave o en tono paródico (una lógica elemental: si el tema es grave, el escritor no puede callar y, peor aún, está prohibido de reírse). Exigen que la literatura se sumerja en el fango y tome una posición.
Nadie puede decirle a un escritor sobre qué debe escribir. Ni mi abuelo ni los críticos literarios. Pasé mi niñez y adolescencia en un Perú apocalíptico. Pero no soy el apóstol Juan. Mi colegio recibió amenazas y la bomba de Tarata retumbó en mis ventanas. Pero nunca escribí al respecto. Mis obsesiones, mis gustos, lo que me sale del forro, eso que Varguitas llama “demonios interiores”, todo eso que alimenta mis páginas no incluye apagones, fosas comunes, coches-bomba, disolver, disolver, que Dios nos ayude.
¿Debo sentirme culpable? ¿Se me puede achacar alguna “irresponsabilidad”? ¿Todavía es posible hablar de “literatura comprometida”? Aprehender el contexto político-social no es más que una opción. Una opción tan “responsable” como cualquier otra. No es un imperativo para los que hacemos literatura en estos tiempos post-terrorismo y post-dictadura. Yo, por lo menos, escribo lo que me dicta el espejo; no lo que dicta el noticiero.
Mi abuelo tiene más de 70 años. Ha sido contador, administrador bancario, gerente de dos farmacias, profesor, árbitro de fútbol. Fue católico, adventista y, ahora, masón. Ha vivido en Yanquilandia y conoce gran parte de Europa. Estuvo en dos mundiales. Se casó dos veces. Hasta no hace mucho, tenía una novia treinta años menor. De hecho, su prontuario sentimental es casi la guía telefónica. El caso es que cada vez que converso con él, me cuenta una nueva, sabrosa y singular historia. Y siempre remata la anécdota con esta frase: “deberías escribir sobre eso”.
Por otro lado, en los blogs literarios peruanos (léase mis últimas dos columnas) ha prendido una discusión en torno a la responsabilidad (palabra equívoca) del escritor frente a su entorno político y social. Más precisamente, algunos reclaman que la literatura peruana contemporánea regurgite la guerra contra el terrorismo o la dictadura fujimorista. Dicen que ya es hora de hacer evaluaciones en el terreno artístico. Y no parecen conformarse con que los escritores peruanos toquen el tema tangencialmente, en clave o en tono paródico (una lógica elemental: si el tema es grave, el escritor no puede callar y, peor aún, está prohibido de reírse). Exigen que la literatura se sumerja en el fango y tome una posición.
Nadie puede decirle a un escritor sobre qué debe escribir. Ni mi abuelo ni los críticos literarios. Pasé mi niñez y adolescencia en un Perú apocalíptico. Pero no soy el apóstol Juan. Mi colegio recibió amenazas y la bomba de Tarata retumbó en mis ventanas. Pero nunca escribí al respecto. Mis obsesiones, mis gustos, lo que me sale del forro, eso que Varguitas llama “demonios interiores”, todo eso que alimenta mis páginas no incluye apagones, fosas comunes, coches-bomba, disolver, disolver, que Dios nos ayude.
¿Debo sentirme culpable? ¿Se me puede achacar alguna “irresponsabilidad”? ¿Todavía es posible hablar de “literatura comprometida”? Aprehender el contexto político-social no es más que una opción. Una opción tan “responsable” como cualquier otra. No es un imperativo para los que hacemos literatura en estos tiempos post-terrorismo y post-dictadura. Yo, por lo menos, escribo lo que me dicta el espejo; no lo que dicta el noticiero.