NADA DE OBJETIVIDAD, POR FAVOR
Por: Alonso Cueto/Perú21
El último número de “Hueso Húmero” ofrece, entre otros, algunos magníficos textos de Antonio Cisneros, una crónica muy animada de José Ignacio López Soria sobre Hungría y un texto arriesgado pero interesante y documentado de Victor Krebs sobre las relaciones entre mitos clásicos y eventos contemporáneos. Uno de los textos es el del húngaro Miklos Meszoly. Meszoly cuenta que en una ocasión el poeta W.H. Auden fue a Budapest a dar una conferencia en la que dijo que Thomas Hardy no podía ser apreciado fuera de Inglaterra porque “es demasiado inglés”. Meszoly intentó demostrarle lo contrario con un argumento que sería familiar a un peruano: las culturas periféricas conocen a las culturas dominantes aunque éstas conozcan poco o nada sobre las periféricas. El tema es importante pero me interesa quedarme con lo esencial de la afirmación. ¿Qué es en definitiva ser un escritor “inglés”?
El artículo de Meszoly me recuerda la interesante novela “Neguijón” de Fernando Iwasaki. “Neguijón”, el nombre de un supuesto gusano que en el siglo XVI explicaba el dolor de muelas (el libro incluye una ilustración a color de un gusano dental), es un recorrido por los dentistas y sus pacientes en la Lima y Sevilla coloniales. En una entrevista, Iwasaki ha declarado que le hace ilusión la coincidencia entre la “mariposa del realismo mágico latinoamericano” y “el gusano barroco español”. Siguiendo a Iwasaki, la idea de una marca exclusiva de “realismo mágico” latinoamericano me parece tan absurda como la idea de la “inglesidad” de Hardy. ¿Es acaso un escritor más latinoamericano porque es “realista mágico”? La literatura española también es “realista mágica” si tomamos ejemplos que van desde el bestiario medieval hasta el episodio de la cueva de Montesinos y la obra de García Lorca.
La relación entre el narrador y su realidad (un tema que surgió aunque soslayado en los recientes pleitos literarios) es una relación personal. No existe una “realidad nacional” objetiva que el narrador “represente” o “presente”. Esa falsa ecuación solo puede dar lugar a malos entendidos (como juzgar a un autor por su capacidad de “representar” a su país). Proponerse “reflejar” a un país o a una cultura es una empresa respetable pero imposible. Comunicar nuestra percepción visceral de una realidad, de cualquier realidad, en cambio es la aspiración de un escritor. Acabo de leer “La noche de Morgana” de Jorge Benavides. De todos los cuentos, escritos con mucho oficio y recursos, me quedo con el último, “El Ulysses de Joyce”. La historia de un diplomático que escribe interminablemente un informe hasta morir es la parodia más seria que he leído sobre el trabajo de escribir. Como todos, el escritor de Benavides está esencialmente solo. En una ocasión, Juan Rulfo declaró que los parajes que había descrito en sus obras no existían en ninguna parte de Jalisco. El los había inventado. Aunque, es verdad, solo quien conocía Jalisco podía haberlos inventado como él.
El último número de “Hueso Húmero” ofrece, entre otros, algunos magníficos textos de Antonio Cisneros, una crónica muy animada de José Ignacio López Soria sobre Hungría y un texto arriesgado pero interesante y documentado de Victor Krebs sobre las relaciones entre mitos clásicos y eventos contemporáneos. Uno de los textos es el del húngaro Miklos Meszoly. Meszoly cuenta que en una ocasión el poeta W.H. Auden fue a Budapest a dar una conferencia en la que dijo que Thomas Hardy no podía ser apreciado fuera de Inglaterra porque “es demasiado inglés”. Meszoly intentó demostrarle lo contrario con un argumento que sería familiar a un peruano: las culturas periféricas conocen a las culturas dominantes aunque éstas conozcan poco o nada sobre las periféricas. El tema es importante pero me interesa quedarme con lo esencial de la afirmación. ¿Qué es en definitiva ser un escritor “inglés”?
El artículo de Meszoly me recuerda la interesante novela “Neguijón” de Fernando Iwasaki. “Neguijón”, el nombre de un supuesto gusano que en el siglo XVI explicaba el dolor de muelas (el libro incluye una ilustración a color de un gusano dental), es un recorrido por los dentistas y sus pacientes en la Lima y Sevilla coloniales. En una entrevista, Iwasaki ha declarado que le hace ilusión la coincidencia entre la “mariposa del realismo mágico latinoamericano” y “el gusano barroco español”. Siguiendo a Iwasaki, la idea de una marca exclusiva de “realismo mágico” latinoamericano me parece tan absurda como la idea de la “inglesidad” de Hardy. ¿Es acaso un escritor más latinoamericano porque es “realista mágico”? La literatura española también es “realista mágica” si tomamos ejemplos que van desde el bestiario medieval hasta el episodio de la cueva de Montesinos y la obra de García Lorca.
La relación entre el narrador y su realidad (un tema que surgió aunque soslayado en los recientes pleitos literarios) es una relación personal. No existe una “realidad nacional” objetiva que el narrador “represente” o “presente”. Esa falsa ecuación solo puede dar lugar a malos entendidos (como juzgar a un autor por su capacidad de “representar” a su país). Proponerse “reflejar” a un país o a una cultura es una empresa respetable pero imposible. Comunicar nuestra percepción visceral de una realidad, de cualquier realidad, en cambio es la aspiración de un escritor. Acabo de leer “La noche de Morgana” de Jorge Benavides. De todos los cuentos, escritos con mucho oficio y recursos, me quedo con el último, “El Ulysses de Joyce”. La historia de un diplomático que escribe interminablemente un informe hasta morir es la parodia más seria que he leído sobre el trabajo de escribir. Como todos, el escritor de Benavides está esencialmente solo. En una ocasión, Juan Rulfo declaró que los parajes que había descrito en sus obras no existían en ninguna parte de Jalisco. El los había inventado. Aunque, es verdad, solo quien conocía Jalisco podía haberlos inventado como él.