¿Mucho ruido?
Por Giovana Pollarolo
Perú.21 ha abierto en su página web la sección "Debate literario" en la que incluye los artículos publicados a propósito de la polémica que inició un comentario del escritor Miguel Gutiérrez en el que daba cuenta de las incidencias del "Encuentro de Narradores Peruanos" realizado en Madrid. La afirmación de Gutiérrez acerca de la existencia en los medios de una "mafia" o "argolla" que controla tanto la promoción de determinados escritores como el silenciamiento de otros, derivó en respuestas (ver: "Debate literario") a mi parecer equívocas. El cuestionamiento que Gutiérrez planteaba a lo que podríamos llamar la "política cultural" de los medios, fue rechazado airadamente por quienes se sintieron aludidos sin considerar que con su actitud negaban un problema de producción, difusión y recepción literaria que no podemos ignorar, más allá de la legítima defensa a la que tiene derecho quien es acusado de "mafioso" o "argollero" no siéndolo.
Lamentablemente, el privilegiado lugar que esta vez le dio la prensa escrita a un debate que se viene desarrollando desde diferentes espacios, ya sea en los blogs de Internet o en pequeños círculos y en voz baja, ha sido desperdiciado en ataques personales y clasificaciones simplistas en las que un buen número de escritores no encuentra lugar, ni tiene por qué encontrarlo. El público, que en su mayoría solo reconoce como escritores a Vargas Llosa y Bryce; y a Garcilazo, Palma, Vallejo y Ribeyro, debió sorprenderse no solo ante la noticia de que existen "otros", sino que estos "desconocidos" (algunos más, otros menos, pero nadie convoca multitudes) cruzan entre ellos insultos e ironías para afirmar o negar la validez de un debate centrado en etiquetas del tipo: "escritores costeños" vs. "andinos", "vendedores" vs. "no vendedores", "exitosos" vs. "envidiosos", etc. La divertida crónica de Beto Ortiz es la que mejor reseña, desde la ironía, las limitaciones y reducciones de esta polémica.
No es la discusión de lo que está pasando con nuestra literatura lo que genera la atención de la prensa escrita sino --como en los programas televisivos políticos, deportivos o de chismes-- las acusaciones y diatribas personales. La literatura es "la última rueda del coche" en los periódicos, ni qué decir en la televisión; y el escaso espacio que se le asigna no puede dar cuenta de la producción nacional que tampoco encuentra cabida en las escasas librerías ni sellos editoriales. Preguntarse por qué nuestro mercado literario es tan pequeño, por qué este no es accesible para muchos, si la pobreza de las páginas culturales es la causa del poco interés del público por la lectura o viceversa (no se da espacio porque los libros no venden), en función de qué criterios deciden los medios la cobertura a las publicaciones, o cómo plantear un debate literario crítico, horizontal y dialogante son algunos de los temas que esta polémica oculta; y que están pendientes.
Si se vuelve a la media voz luego del grito; o se sigue gritando, los lectores tendrán todo el derecho de preguntarse, como la protagonista de la novela de Carmen Ollé: ¿Por qué hacen tanto ruido?
Perú.21 ha abierto en su página web la sección "Debate literario" en la que incluye los artículos publicados a propósito de la polémica que inició un comentario del escritor Miguel Gutiérrez en el que daba cuenta de las incidencias del "Encuentro de Narradores Peruanos" realizado en Madrid. La afirmación de Gutiérrez acerca de la existencia en los medios de una "mafia" o "argolla" que controla tanto la promoción de determinados escritores como el silenciamiento de otros, derivó en respuestas (ver: "Debate literario") a mi parecer equívocas. El cuestionamiento que Gutiérrez planteaba a lo que podríamos llamar la "política cultural" de los medios, fue rechazado airadamente por quienes se sintieron aludidos sin considerar que con su actitud negaban un problema de producción, difusión y recepción literaria que no podemos ignorar, más allá de la legítima defensa a la que tiene derecho quien es acusado de "mafioso" o "argollero" no siéndolo.
Lamentablemente, el privilegiado lugar que esta vez le dio la prensa escrita a un debate que se viene desarrollando desde diferentes espacios, ya sea en los blogs de Internet o en pequeños círculos y en voz baja, ha sido desperdiciado en ataques personales y clasificaciones simplistas en las que un buen número de escritores no encuentra lugar, ni tiene por qué encontrarlo. El público, que en su mayoría solo reconoce como escritores a Vargas Llosa y Bryce; y a Garcilazo, Palma, Vallejo y Ribeyro, debió sorprenderse no solo ante la noticia de que existen "otros", sino que estos "desconocidos" (algunos más, otros menos, pero nadie convoca multitudes) cruzan entre ellos insultos e ironías para afirmar o negar la validez de un debate centrado en etiquetas del tipo: "escritores costeños" vs. "andinos", "vendedores" vs. "no vendedores", "exitosos" vs. "envidiosos", etc. La divertida crónica de Beto Ortiz es la que mejor reseña, desde la ironía, las limitaciones y reducciones de esta polémica.
No es la discusión de lo que está pasando con nuestra literatura lo que genera la atención de la prensa escrita sino --como en los programas televisivos políticos, deportivos o de chismes-- las acusaciones y diatribas personales. La literatura es "la última rueda del coche" en los periódicos, ni qué decir en la televisión; y el escaso espacio que se le asigna no puede dar cuenta de la producción nacional que tampoco encuentra cabida en las escasas librerías ni sellos editoriales. Preguntarse por qué nuestro mercado literario es tan pequeño, por qué este no es accesible para muchos, si la pobreza de las páginas culturales es la causa del poco interés del público por la lectura o viceversa (no se da espacio porque los libros no venden), en función de qué criterios deciden los medios la cobertura a las publicaciones, o cómo plantear un debate literario crítico, horizontal y dialogante son algunos de los temas que esta polémica oculta; y que están pendientes.
Si se vuelve a la media voz luego del grito; o se sigue gritando, los lectores tendrán todo el derecho de preguntarse, como la protagonista de la novela de Carmen Ollé: ¿Por qué hacen tanto ruido?