CORA CORA MELODY
Artículo publicado en Caretas el jueves 7 de julio 2005
Una absurda guerrita entre escritores peruanos está en marcha. Y para colmo de males no se centra en el debate literario, ni en discrepancias ideológicas o políticas, sino en algo que por decir lo menos resulta tristemente banal: la cuota de fama o, si se quiere, el esquivo reconocimiento que ciertos escritores reclaman para sí mismos. Como si aún algunos hombres de letras no supieran que la literatura, en lo esencial, está hecha de derrotas; como si se olvidaran que a muchas celebridades de antaño ya no las leen ni sus ahijados.
No hay amor más sincero que el amor a la lectura. La gente lee lo que le gusta, o bien lo que le interesa. He pasado buena parte de mi vida viendo cómo los críticos han hecho trizas ciertas obras, mientras los lectores se obstinaron en contradecirlos. Y muchísimas veces, aunque no siempre he coincidido con ellos, son los lectores quienes llevan la razón.
¿Le duele a alguien no ser elevado al olimpo? Comprendo sus sentimientos. Pero en esta materia todo tiene su razón de ser. Yo soy partidario de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre: aquí y ahora, en la artificiosa pugna que un grupo de escritores andinos entabla contra un colectivo de escritores criollos, y que el novelista Miguel Gutiérrez propicia desde hace unas semanas, sólo veo dos cosas: resentimiento y un manifiesto delirio con ribetes cómicos. Ciertos autores andinos, según Gutiérrez, se quejan de la mayor cobertura periodística que obtienen los autores criollos frente a los andinos. Y atribuye esta nefasta actitud de la prensa a "la hegemonía de una secta literaria", una secta secreta, que controla los medios. ¿Un Ku Kux Klan de limeños recalcitrantes? ¡Dios mío!
Las coberturas de prensa, que yo sepa, se explican por el célebre olfato que manejan los periodistas. Y éstos saben que, en nuestros tiempos, los autores criollos generan más interés entre los lectores. Hablo de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, por citar a las plumas estelares vigentes. Hace unos días, en el supermercado Wong, el buen Bryce firmó 600 ejemplares en una tarde de su reciente libro de memorias. Ambos venden miles de ejemplares de sus libros tan pronto salen. Estos son hechos. Estas son cifras. Y hace unos años ocurría también lo mismo con Julio Ramón Ribeyro. Pero si quieren ejemplos menos apabullantes, ahí está Jaime Bayly, que dicho sea de paso cholea a medio mundo en sus libros, pero que vende y en todos los sectores, no solo entre los criollos. Rafo León, Alonso Cueto, Jorge Benavides, Toño Angulo, etcétera, venden e interesan a los lectores. Sé que no es de buen gusto que mencione mi obra, pero yo, modestamente, he agotado varias ediciones de mis novelas y cuentos, y una crónica novelada que se vendió como pan caliente. Es el mercado quien habla, y la prensa, en consecuencia, atiende ese clamor. La prensa, por cierto, responde a su vez a los criterios de calidad. Pero sin olvidar que lo que vende más periódicos son los autores que agotan ediciones. Hay buenos y malos libros entre los escritores que venden, eso se sabe. Si a mí me dan a escoger entre las novelas de Bayly y los cuentos de Edgardo Rivera Martínez, exquisito autor andino, opto por el segundo. Pero no me pongo una venda en los ojos frente a las demandas del
mercado.
A mediados del siglo veinte, sin embargo, esto no ocurría. Los autores más leídos y vendidos eran autores andinos. A todo el país ilustrado le interesaban Ciro Alegría y José María Arguedas. Yo los he leído, y aún los leo, con verdadera pasión. Igualmente me atraen los cuentos de López Albújar y de Eleodoro Vargas Vicuña, este último un buen anticipo del genial Juan Rulfo. En esos días, sin lugar a dudas, los escritores andinos reinaban y no recuerdo que los autores limeños o criollos de entonces hayan protestado por la cobertura periodística que esos autores justamente merecían. ¿Qué sucede ahora? Algo francamente ridículo. Un grupo de autores andinos, cobijados bajo el ala de Miguel Gutiérrez, reclama atención. Pero, ¿hay razones para dársela? ¡Por favor! No existe un escritor andino de la dimensión de Alegría y Arguedas. Ni siquiera existe el equivalente literario del mestizaje que encarna Chacalón, o Dina Paúcar, cantantes con profunda raigambre andina y que de hecho consiguen un gran rating de sintonía, llenan estadios y, naturalmente, convocan el interés de la prensa. Y esto no es una invención de los sociólogos. La música chicha genera biopics consagratorios de sus artistas emergentes, convoca multitudes, interesa al gran público que lee diarios y revistas.
Miguel Gutiérrez es un escritor correcto ("políticamente correcto", diría) y respeto a quienes lo celebran, pero a mí no me gusta. ¿Es esta una limitación mía y no suya? Podría ser. Yo, en todo caso, he dado públicamente mi opinión y la he repetido por escrito. Del mismo modo, tampoco me interesa Mario Bellatin, autor a quien se cataloga de criollo. Bellatín escribe bien, aunque a mi juicio es frío: no me mueve un pelo. (Hoy, según me dicen, ha mejorado en sus últimos libros). Pero en lo que respecta a Gutiérrez no tengo ninguna duda. No me convence su prosa, ni su percepción del mundo. Su novela, La violencia del tiempo, fue para mí un soporífero y hasta una
paliza. A mitad del primer tomo acabé escupiendo las muelas.
El Perú ha cambiado. Lima ya no es la ciudad de Abraham Valdelomar, escritor finísimo que admiro y un provinciano que se convirtió en nuestro primer escritor moderno y criollo. Lima es una ciudad de 9 millones de habitantes y es la ciudad andina más grande del Perú. Pero casi todos los migrantes andinos que recalan por esta villa entran en metamorfosis al día siguiente. Su adaptación es casi instantánea: se compran jeans, anteojos oscuros y unas zapatillas Nike, y se ponen a bailar cumbia andina (música tropical criolla, mezclada con ritmos andinos). Quieren ser criollos, quieren ser limeños, y, en efecto, lo consiguen. Hoy en día constituyen los nuevos limeños. No todos se integran a las clases altas y medias altas, es cierto (aunque ya llegarán, pues Los Olivos está creciendo), pero la mayoría decide nuestro destino político, pues son ellos quienes eligen a presidentes y congresistas. Y estoy seguro que la nueva literatura andina-criolla, cuando tenga un autor que la sepa expresar en lo literario como sí lo hacen los cantantes chicha, vendrá de los conos. Por el momento, en cuestión de lenguaje escrito, lo único que expresa y refleja hoy a esas mayorías andinas-criollas es la prensa chicha, una suerte de periodismo-ficción.
Dina Paúcar, de otro lado, tiene entre los criollos una pálida contrapartida. No es la alemancita simpática que se disfrazaba de mamacha y cantaba y zapateaba en canal 7. Es un buen músico de jazz y rock, Miki González, quien hace fusiones de jazz y huaynos, un mestizaje a la inversa, aunque sin la gran repercusión de las cumbias folclóricas.
La peruanidad, que es una suma de mestizajes, cuenta con diversas minorías que buscan su representación literaria. Los chinos (Siu Kan Wen), los negros (Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, dos excelentes autores), los judíos (Isaac Goldemberg), los amazónicos (Róger Rumrrill), y, desde luego, los llamados blancos limeños, que por lo general son mestizos que pueblan la capital desde hace quinientos años. Aquí, pues, hay sitio para todo y para todos, y cada uno tiene derecho a escribir sobre lo que conoció y lo que ha vivido. Así lo dije, en Madrid, en el reciente congreso de escritores. Si yo me pusiera a escribir sobre la cotidianeidad de Cora Cora, no me saldría bien. Sonaría falso. Pero escribir sobre Lima, o sobre Miraflores, o sobre las vicisitudes de los limeños que deambulan por los países del mundo, es lo que me va bien. Resulta coherente y honesto. Y ello, desde luego, no deteriora mi identidad nacional. No me hace menos peruano que el resto de los peruanos.
Que existe racismo en el Perú, nadie lo duda. Que no somos un país integrado, ni qué decir. Pero tal vez mucho de este racismo (que viene de los dos lados) y mucha de esa desintegración desnuda nuestros conflictos y abona en favor de nuestra riqueza literaria. El país literario, en todo caso, no debería contribuir a que por quítame estas pajas vivamos constantemente enconados
Una absurda guerrita entre escritores peruanos está en marcha. Y para colmo de males no se centra en el debate literario, ni en discrepancias ideológicas o políticas, sino en algo que por decir lo menos resulta tristemente banal: la cuota de fama o, si se quiere, el esquivo reconocimiento que ciertos escritores reclaman para sí mismos. Como si aún algunos hombres de letras no supieran que la literatura, en lo esencial, está hecha de derrotas; como si se olvidaran que a muchas celebridades de antaño ya no las leen ni sus ahijados.
No hay amor más sincero que el amor a la lectura. La gente lee lo que le gusta, o bien lo que le interesa. He pasado buena parte de mi vida viendo cómo los críticos han hecho trizas ciertas obras, mientras los lectores se obstinaron en contradecirlos. Y muchísimas veces, aunque no siempre he coincidido con ellos, son los lectores quienes llevan la razón.
¿Le duele a alguien no ser elevado al olimpo? Comprendo sus sentimientos. Pero en esta materia todo tiene su razón de ser. Yo soy partidario de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre: aquí y ahora, en la artificiosa pugna que un grupo de escritores andinos entabla contra un colectivo de escritores criollos, y que el novelista Miguel Gutiérrez propicia desde hace unas semanas, sólo veo dos cosas: resentimiento y un manifiesto delirio con ribetes cómicos. Ciertos autores andinos, según Gutiérrez, se quejan de la mayor cobertura periodística que obtienen los autores criollos frente a los andinos. Y atribuye esta nefasta actitud de la prensa a "la hegemonía de una secta literaria", una secta secreta, que controla los medios. ¿Un Ku Kux Klan de limeños recalcitrantes? ¡Dios mío!
Las coberturas de prensa, que yo sepa, se explican por el célebre olfato que manejan los periodistas. Y éstos saben que, en nuestros tiempos, los autores criollos generan más interés entre los lectores. Hablo de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, por citar a las plumas estelares vigentes. Hace unos días, en el supermercado Wong, el buen Bryce firmó 600 ejemplares en una tarde de su reciente libro de memorias. Ambos venden miles de ejemplares de sus libros tan pronto salen. Estos son hechos. Estas son cifras. Y hace unos años ocurría también lo mismo con Julio Ramón Ribeyro. Pero si quieren ejemplos menos apabullantes, ahí está Jaime Bayly, que dicho sea de paso cholea a medio mundo en sus libros, pero que vende y en todos los sectores, no solo entre los criollos. Rafo León, Alonso Cueto, Jorge Benavides, Toño Angulo, etcétera, venden e interesan a los lectores. Sé que no es de buen gusto que mencione mi obra, pero yo, modestamente, he agotado varias ediciones de mis novelas y cuentos, y una crónica novelada que se vendió como pan caliente. Es el mercado quien habla, y la prensa, en consecuencia, atiende ese clamor. La prensa, por cierto, responde a su vez a los criterios de calidad. Pero sin olvidar que lo que vende más periódicos son los autores que agotan ediciones. Hay buenos y malos libros entre los escritores que venden, eso se sabe. Si a mí me dan a escoger entre las novelas de Bayly y los cuentos de Edgardo Rivera Martínez, exquisito autor andino, opto por el segundo. Pero no me pongo una venda en los ojos frente a las demandas del
mercado.
A mediados del siglo veinte, sin embargo, esto no ocurría. Los autores más leídos y vendidos eran autores andinos. A todo el país ilustrado le interesaban Ciro Alegría y José María Arguedas. Yo los he leído, y aún los leo, con verdadera pasión. Igualmente me atraen los cuentos de López Albújar y de Eleodoro Vargas Vicuña, este último un buen anticipo del genial Juan Rulfo. En esos días, sin lugar a dudas, los escritores andinos reinaban y no recuerdo que los autores limeños o criollos de entonces hayan protestado por la cobertura periodística que esos autores justamente merecían. ¿Qué sucede ahora? Algo francamente ridículo. Un grupo de autores andinos, cobijados bajo el ala de Miguel Gutiérrez, reclama atención. Pero, ¿hay razones para dársela? ¡Por favor! No existe un escritor andino de la dimensión de Alegría y Arguedas. Ni siquiera existe el equivalente literario del mestizaje que encarna Chacalón, o Dina Paúcar, cantantes con profunda raigambre andina y que de hecho consiguen un gran rating de sintonía, llenan estadios y, naturalmente, convocan el interés de la prensa. Y esto no es una invención de los sociólogos. La música chicha genera biopics consagratorios de sus artistas emergentes, convoca multitudes, interesa al gran público que lee diarios y revistas.
Miguel Gutiérrez es un escritor correcto ("políticamente correcto", diría) y respeto a quienes lo celebran, pero a mí no me gusta. ¿Es esta una limitación mía y no suya? Podría ser. Yo, en todo caso, he dado públicamente mi opinión y la he repetido por escrito. Del mismo modo, tampoco me interesa Mario Bellatin, autor a quien se cataloga de criollo. Bellatín escribe bien, aunque a mi juicio es frío: no me mueve un pelo. (Hoy, según me dicen, ha mejorado en sus últimos libros). Pero en lo que respecta a Gutiérrez no tengo ninguna duda. No me convence su prosa, ni su percepción del mundo. Su novela, La violencia del tiempo, fue para mí un soporífero y hasta una
paliza. A mitad del primer tomo acabé escupiendo las muelas.
El Perú ha cambiado. Lima ya no es la ciudad de Abraham Valdelomar, escritor finísimo que admiro y un provinciano que se convirtió en nuestro primer escritor moderno y criollo. Lima es una ciudad de 9 millones de habitantes y es la ciudad andina más grande del Perú. Pero casi todos los migrantes andinos que recalan por esta villa entran en metamorfosis al día siguiente. Su adaptación es casi instantánea: se compran jeans, anteojos oscuros y unas zapatillas Nike, y se ponen a bailar cumbia andina (música tropical criolla, mezclada con ritmos andinos). Quieren ser criollos, quieren ser limeños, y, en efecto, lo consiguen. Hoy en día constituyen los nuevos limeños. No todos se integran a las clases altas y medias altas, es cierto (aunque ya llegarán, pues Los Olivos está creciendo), pero la mayoría decide nuestro destino político, pues son ellos quienes eligen a presidentes y congresistas. Y estoy seguro que la nueva literatura andina-criolla, cuando tenga un autor que la sepa expresar en lo literario como sí lo hacen los cantantes chicha, vendrá de los conos. Por el momento, en cuestión de lenguaje escrito, lo único que expresa y refleja hoy a esas mayorías andinas-criollas es la prensa chicha, una suerte de periodismo-ficción.
Dina Paúcar, de otro lado, tiene entre los criollos una pálida contrapartida. No es la alemancita simpática que se disfrazaba de mamacha y cantaba y zapateaba en canal 7. Es un buen músico de jazz y rock, Miki González, quien hace fusiones de jazz y huaynos, un mestizaje a la inversa, aunque sin la gran repercusión de las cumbias folclóricas.
La peruanidad, que es una suma de mestizajes, cuenta con diversas minorías que buscan su representación literaria. Los chinos (Siu Kan Wen), los negros (Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, dos excelentes autores), los judíos (Isaac Goldemberg), los amazónicos (Róger Rumrrill), y, desde luego, los llamados blancos limeños, que por lo general son mestizos que pueblan la capital desde hace quinientos años. Aquí, pues, hay sitio para todo y para todos, y cada uno tiene derecho a escribir sobre lo que conoció y lo que ha vivido. Así lo dije, en Madrid, en el reciente congreso de escritores. Si yo me pusiera a escribir sobre la cotidianeidad de Cora Cora, no me saldría bien. Sonaría falso. Pero escribir sobre Lima, o sobre Miraflores, o sobre las vicisitudes de los limeños que deambulan por los países del mundo, es lo que me va bien. Resulta coherente y honesto. Y ello, desde luego, no deteriora mi identidad nacional. No me hace menos peruano que el resto de los peruanos.
Que existe racismo en el Perú, nadie lo duda. Que no somos un país integrado, ni qué decir. Pero tal vez mucho de este racismo (que viene de los dos lados) y mucha de esa desintegración desnuda nuestros conflictos y abona en favor de nuestra riqueza literaria. El país literario, en todo caso, no debería contribuir a que por quítame estas pajas vivamos constantemente enconados
FERNANDO AMPUERO