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notas

del blog moleskine literario

Juan Marsé dimite del jurado del Premio Planeta

Tuesday, October 18, 2005
"Mi derecho a buscar y decir la verdad está por encima del relumbrón del premio"
ROSA MORA - Barcelona
EL PAÍS - Cultura - 18-10-2005


Ésta es la crónica de una dimisión anunciada. Juan Marsé explica en un comunicado emitido ayer que ya en 2004, después de la concesión del 53º Premio Planeta, planteó una serie de cambios en el sistema de elección y evaluación de las novelas finalistas. No ha sido atendida y ha dimitido. Dos días después del fallo de la 54º edición ha presentado su dimisión. "Mi derecho a buscar y decir la verdad, mi verdad, está por encima del relumbrón y el festejo del mejor premio del mundo", declaró ayer.
"Sé, además, que mintiendo no le hago ningún bien ni a los premiados ni a mis compañeros del jurado. Y tampoco me parece ético, en las ruedas de prensa o de cara al público, cuando se me pregunta, dar la callada por respuesta. De todo eso le hablé al editor José Manuel Lara Bosch en las dos reuniones previas al fallo de este año, pero no han sido atendidas".
Fue precisamente una pregunta en la conferencia de prensa del pasado viernes, el día antes de la concesión del premio, la que desató la polémica. Un periodista requirió su opinión sobre el nivel de calidad de las novelas presentadas. Marsé respondió contundente: "Mi opinión personal es que el nivel es bajo y en algunos tramos subterráneo. Alguna novela promete, apunta alto en sus planteamientos, pero se acaba frustrando. El premio no puede quedar desierto, así que nos vemos obligados a votar la menos mala".
Ganó el Planeta la escritora mallorquina Maria de la Pau Janer, con Pasiones romanas, y quedó finalista el peruano Jaime Bayly, con Y de repente un ángel.
"Ocurre, simplemente, que estoy un poco harto de novelas insustanciales con premio o sin premio que ocupan tanto espacio mediático en perjuicio de otras con empeños más honestos y ambiciosos, pero que apenas les dejan espacio para respirar", declaró ayer Marsé. "Sé que esto tiene difícil arreglo, que así está el mercado, que el cotarro cultural y mediático es el que tenemos y que responde a intereses y bolsillos que tienen muy poco que ver con la literatura según yo la entiendo, pero en cualquier caso yo me niego a dar gato por liebre, ya sea como miembro del jurado en un concurso literario o como simple ciudadano al que le piden una opinión sobre un libro".
"Poco después de la concesión del Premio Planeta 2004 y de mi primera experiencia en el mismo como miembro del jurado, solicité una reunión con el editor José Manuel Lara Bosch, promotor del premio, y con Manuel Lombardero, secretario del jurado. En esa reunión expuse algunas sugerencias sobre posibles cambios en el proceso de selección y evaluación de las obras destinadas a pasar a la final, además de otras cuestiones relativas al jurado y a sus atribuciones ante los medios de comunicación, que no considero necesario detallar aquí", afirma Marsé en el comunicado. "Dejé claro al editor de Planeta que si tales sugerencias no eran atendidas con vistas al siguiente concurso, presentaría mi dimisión como miembro del jurado".
"Considero que tales sugerencias han sido atendidas sólo parcialmente y no me satisfacen, por lo que renuncio desde hoy [por ayer] a mi puesto, a mis competencias como jurado del Premio Planeta, y así lo he comunicado al editor José Manuel Lara y al secretario del jurado, Manuel Lombardero", concluye.
"Aunque sólo fuera por respeto a los demás autores que se han presentado al concurso y no han llegado a la final, yo no podía celebrar las novelas ganadoras, que considero fallidas. Los autores, que esta vez no han llegado, también merecen la verdad. Lamento ser el malo de la peli, y reitero mi respeto a los compañeros del jurado, a su secretario y a su portavoz, pero creo que lo mejor es que me retire", declaró a este diario.
"En cuanto a la novela ganadora y a la finalista, no dudo de las buenas intenciones de la autora y el autor respectivos y les deseo lo mejor en próximas aventuras, pero las buenas intenciones no tienen nada que ver con la buena literatura".
"Me gustaría añadir lo que ya dije una vez en relación con la literatura de ficción, tal como hoy se nos vende, en tanto premios: que es una literatura que se asemeja cada vez más al mundo del prêt-á-porter, y que el verdadero reto para un escritor actual no es entrar en ese mundo, sino ser capaz de rechazarlo".

Carta de Gustavo Faverón

Monday, October 17, 2005
Hay un norteamericano, pintor de profesión, antropólogo o seudo antropólogo por afición, llamado Tobias Schneebaum, un hombre muy mayor, quien décadas atrás hizo un viaje hacia la ceja de selva peruana, partiendo del Cusco. Aparentemente, estuvo extraviado por muchos días, incluso meses, y regresó asegurando que había vivido ese tiempo en una aldea de caníbales, que había formado parte de la tribu, y participado en sus rituales, incluso en ceremonias antropofágicas; que había sido, en suma, una especie de "visiting cannibal from New York" en el corazón de las tinieblas peruano.
En Estados Unidos le creyeron, lo entrevistaron en decenas de programas de radio y televisión, y en diarios, y el tipo escribió un libro, titulado "Keep the River on your Right", que fue un best seller.
Décadas más tarde, con ese mismo título, se filmó un documental, en el que Schneebaum revisita los lugaresen los que desarrolló, en estos años, su labor (seudo) antropológica, entre ellos, claro, el Perú. Las cámaras lo siguen hasta los lugares donde él dice haber vivido su aventura. Han pasado tantos años que la mayoría de las personas que conoció están muertas. Salvo una, un anciano, que había sido, aparentemente, amante de Schneebaum durante los días de su aventura.
En el afiche de la película, los "salvajes" peruanos de las afueras del Cusco, nuestros "caníbales", curiosamente, son negros. En el documental mismo, en cambio, los miembros de la tribu paleolítica usan bluejeans y camisetas del Boca Juniors, y escuchan los partidos de la selección por la radio.
Cosas de gringos.

Cadáver exquisito

Tuesday, October 04, 2005
Si abandono sobre el petril del río

No soy mi nombre, ni mi pasado

La palabra setiembre y los jilgüeros

Una vez una mujer me pidió un poema

Todos tenemos algo que es negro

En sótanos de agua luminosa

En este embrujo de Puna fríos

Dejemos que el tiempo nos arrastre

Que no sería capaz si os-odia se llamase

Ya no habrá cuarta hoja entre los tréboles

Algo que no se encuentre, eso deseo

¿Qué es el mar? Sino millones de años de rocío

Todo estar, es de escuela inadvertida

En el restante tiempo terrenal

La aurora se está callada

Y si el valor no me faltara

¡Que lo imposible te sorprenda!

Que los niños me lean

En realidad es nada lo que sé de este mundo

Más allá de las olas, más allá del ocaso

A veces una página es la piel de las ausentes

Me impregno en tus capilares, hago alianza con tus células

De mi terreno regado, el amor es origen.

Cajamarca, 2005

Ay, Dolly Lola Lolita

por Gregorio Martínez

Hace 50 años, Vladimir Nabokov publicó Lolita, la novela que incorporó a la literatura y a la realidad a la inquietante y seductora niña del mismo nombre.
Qué coincidencia, en 1955, hace 50 años, cuando apareció Lolita por primera vez, la novela cumbre de Vladimir Nabokov (1899-1977), en ese momento también alcanzó altísima popularidad el son cubano Avemaría Lola, cantado por el che Carlos Argentino con el tronar de la inolvidable Sonora Matancera.
Aun en la escritura parecía que ambas expresiones artísticas se remedaban. ¿Dónde había aprendido el escritor ruso ese hipocorístico tan hispánico, Lola, que trastrueca el nombre Dolores? Dolores Ibarruri, La Pasionaria, que en la guerra civil española lanzó por radio la arenga: ¡No pasarán! Dolores del Río, la actriz mexicana que fue estrella en Hollywood antes que naciera Salma Hayek. Lola Flores, La Faraona. Lola Thorne, nuestra poeta. Y simplemente Lola, la rica puta más memorable del burdel de Nasca.
Vladimir Vladimirovich Nabokov, hijo de aristócrata familia rusa que la revolución bolchevique arrojó al exilio, empieza su novela con estas líneas que vierto aquí, literales del inglés, lengua que Nabokov asumió recién después de 1950, justo para escribir Lolita: "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta. LO-LI-TA".
Cursi a primera vista y porno light, sin una mínima palabra obscena en todo el libro. Ni siquiera coño (cunt). Ni la menor comparación con el porno duro, diabólico, del Marques de Sade. ¿Acaso, dueño de singular pericia retórica, Nabokov había manejado la inmundicia con guantes de seda, aferrado a la idea de que aun en la perversidad existen maneras aristocráticas? Bueno, Nabokov deliraba con ser Marcel Proust. En este aspecto contó con la alabanza de quien entonces era el pontífice de la crítica literaria en Estados Unidos, el talentoso Edmund Wilson.
Similar cursilería afecta a la ponderada expertez de Nabokov como lepidopterólogo. Sofisticado especialista en el artificio para capturar y coleccionar lindas mariposas que ayer nomás fueron horribles gusanos. Creía que Proust, por mariposón, podría haber sido un erudito en mariposas. Nabokov no era biólogo. Solo un pretendido esteta de mariposas muertas. Algo semejante a las bellas palabras con las cuales el narrador protagonista de Lolita, el chivo viejo Humbert Humbert, nos va relatando su mañosa perversidad, su condición de pedófilo consumado.
Por cierto, Lolita fue publicada la primera vez por Olympia Editions de París. Según Nabokov, ninguna editorial de Estados Unidos quiso correr el riesgo de requisa o cárcel. Quizás todo fue puro teatro para crear el mito de lo prohibido. Estaba imitando la penuria de Ulises, la novela de James Joyce, que sí sufrió un acoso terrible. Olympia era una editorial francesa de baja estofa que publicaba pornografía ligera. Tan desconocida que cuando le pregunté, en París, al poeta charapa José Carlos Rodríguez, este me contestó con una carcajada: "La única Olympia que conozco es una puta que recala por Le Petit Bateau, o sea El Botecito".
Alguien alegará que Humbert Humbert amaba la ternura juvenil, la rosa en botón, tal como lo ha establecido cierta crítica literaria. No. Eso es mixtificar un discurso narrativo cuyo contenido es claro. Humbert Humbert era un crudo pedófilo, según la textualidad de la novela. El alter ego de Nabokov no resulta muy distinto al autor de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, otro aristócrata lascivo que fotografiaba a su sobrinita Alicia y escribia solo para ella. Si el mundo tiene una imagen menos sórdida de Lolita, esto se debe al filme que Stanley Kubrick hizo en 1962.
Mientras tanto, el son cubano resuena: "Lola, ay Lolita, Lola/ conmigo vas a acabar". Canción y novela, pese a que ya existían en París la Unesco y el Congreso por la Libertad de la Cultura, fueron condenadas y prohibidas por la España de Francisco Franco. Debo decirlo, el Congreso por la Libertad de la Cultura fue gestado por Michael Josselson, el secreto fundador de la CIA en 1947. En ambas expresiones artísticas, Lolita y el son cubano, los doctos comisionados de la cultura entrevieron blasfemia y explícita loa al acto copulatorio: "A ti que te gusta mucho/ y a mí que me vuelve loco/ te pusiste liqui liqui/ para romperme, Lolita, el coco".
Algún estudio literario, no tan tedioso como la desconstrucción derridiana, podría advertir que entre los fenómenos culturales diferentes, escritura y tambarria en este caso, siempre existen nexos y substratos comunes. De ahí que en el mismo periodo florecía también el meneo incitante de las Dolly Sisters, las rubias gemelas del Caribe que llegaron a Nasca enviadas por Satanás, según la homilía del párroco Eduardo Varea. Justamente Nabokov nos lleva por el mismo camino en las líneas finales del primer parágrafo de Lolita: "She was Dolly. She was Dolores".
Nabokov tiene un notable mérito. Fue el temprano inventor de la novela light. Pero en lascivia, que de eso se trata, Lolita resulta un cuento de hadas frente a los Trópicos del pernicioso Henry Miller, su coetáneo, para no hablar de otros depravados gloriosos. Aun Caperucita roja, en la versión original recogida por Charles Perrault, no la de los tramposos hermanos Grimm, es un festín de concupiscencia.
Eso de que Nabokov era un estilista en inglés suena a embuste. Gracias a que en su infancia tuvo institutrices rigurosas, Nabokov hablaba alemán, inglés, francés y conocía bien el italiano, el castellano, mas siempre escribió en ruso. Lolita fue un libro compuesto de acuerdo con las exigencias del mercado. Su escritura es simple. A tal punto que las distintas traducciones al castellano coinciden palabra por palabra. Basta cotejar la edición Anagrama, Barcelona, 2001, traducida por Francesc Roca, con el texto de Edivisión, México, 1992, traducción de Enrique Tejedor. Hasta en el caso de "My sin, my soul", ambos dicen: "Pecado mío, alma mía". No caen en la literalidad de traducir: "Mi pecado, mi alma". Todo lo contrario a lo que ocurre en la traducción de la novela Ana Karenina de Leon Tolstoi. He revisado seis versiones en castellano y cada una varía en la frase inicial.
Pero al margen de cualquier mérito, una sospecha última, con datos concretos, ensombrece a Lolita. El 19 de marzo del 2004, un estudioso de la literatura alemana, Michael Maar, publicó en el prestigioso diario Frankfuster Allgemeine Zeitung, un artículo titulado "¿Qué sabía Nabokov?" En dicho artículo, Michael Maar muestra que en 1916 Heinz von Lichberg dio a la luz un cuento de 18 páginas, "Die verfluchte Gioconda" ("La Gioconda maldita"), que contiene la historia que Nabokov desarrolló en su novela. Es más, la tentadora chiquilla se llama Lolita y la acción ocurre en Alicante, España.
Heinz von Lichberg murió en 1952 y, entonces, ya era un autor olvidado. Michael Maar escuchó la anécdota sobre el cuento de boca del escritor berlinés Rainer Schelling. Un día decidió ubicar el cuento. Su sorpresa fue tremenda. Ahí estaba toda la historia y aun el nombre Lolita. Ahora se sabe, Nabokov no solo conoció a Heinz von Lichberg, lo increíble es que formaron parte del mismo grupo de intelectuales en Berlín, entre 1922 y 1937.
Cuando Lolita empezó a publicarse en Estados Unidos, Nabokov contó muchas veces cómo se había originado la novela, temeroso de que se pensara que era su propia experiencia. En la explicacion que aparece como epílogo en algunas ediciones, el autor declara que la primera versión de la novela tenía 30 páginas y transcurría en París, donde la había escrito en 1939. Jamás se refirió al cuento del ignorado Heinz von Lichberg. ¿Por qué tendió Nabokov un manto de silencio sobre "La Gioconda maldita"? Quién sabe. Pero tiene atenuante. Los buenos plagios, que superan al original, merecen el perdón de Dios.