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notas

del blog moleskine literario

Un vuelco notable

Cuadernos Hispanoamericanos
España, mayo 2009


por Alfredo Bryce Echenique


Llegar a la ceremonia de entrega del premio Anagrama de 2008 y enterarme de que el primer finalista era el notable escritor Ivan Thays, fue cosa de minutos y motivo de gran alegría, no sólo porque desde su primera novela este joven narrador se reveló como una voz realmente novedosa en la literatura de mi país, sino porque a partir de ahora sus libros saldrán del ámbito estrictamente peruano y se harán conocer en todo el ámbito de la lengua española.

Hoy, en una lejana playa del sur de Lima, acabo de leerme de un tirón Un lugar llamado Oreja de Perro, y hasta minutos antes de escribir estas líneas he releído una y otra vez numerosas páginas y párrafos de este libro tan parco como insólitamente elocuente, que no sólo marca una ruptura casi total con la obra anterior de Thays, sino que además está escrito en una clave absolutamente autobiográfica que poco o nada tiene que ver, por ejemplo, con El viaje interior, por citar tan sólo una de sus anteriores novelas.

La nueva novela de Iván Thays es el relato frío, seco, y aterradoramente conmovedor de una tragedia personal: la muerte de un niño de tan sólo tres años de edad y la consiguiente separación de sus jóvenes padres, como consecuencia de tanto y tamaño dolor. De este escenario hecho añicos partirá un joven periodista a vivir su duelo en Oreja de Perro, un muy alejado poblacho ayacuchano en el que aún continúan ardiendo las atroces huellas de la guerra senderista, con todas sus consecuencias de miedo y de dolor. Reina un silencio a gritos por todas partes en este lugar olvidado de la mano de Dios, donde lo peor de todo es precisamente esta manera del silencio que nos lleva, cómo no, al genial relato de Juan Rulfo titulado “Luvina”, en el que logramos escuchar nada menos que el ruido del silencio con sus aterradores, macabras voces.
Nada le importa ya al protagonista de la novela de Thays las razones por las que ha llegado, o buscado llegar, a Oreja de Perro, sean éstas la Comisión de la Verdad y Reconciliación, la entrevista a un hombre que ha perdido súbitamente la memoria, o una muy inusitada y publicitada visita del entonces presidente Alejandro Toledo. Este joven reportero va a donde va y punto. O, mejor dicho, llega a Oreja de Perro con la misma e interior lejanía y silencio con los que está aprendiendo a vivir, ¿o habrá tal vez que decir con los que está aprendiendo a sobrevivir o incluso a morir en vida? Habla como un apuntador de teatro, deambula como un alma en pena, traba relación, incluso carnal, con mujeres que nunca parecen estar realmente a su lado, ni siquiera cuando están en la misma cama.

En un mundo en que el personaje central sólo tiene –sólo puede tener, se diría- vida interior, todos los demás personajes se nos presentan como mudas comparsas o como fantasmas y apariciones más o menos efímeras y jamás trascendentes. Los habitantes de Oreja de Perro sabe Dios qué no callan, y entre ellos este personaje central no camina sino que deambula entre policías, soldados, indios, e incluso un fotógrafo alcohólico cuya verborrea no le impide ser tampoco un muerto viviente más en este pueblo mudo que sobrevive como puede después de un desastre.

La asombrosa parquedad con que Ivan Thays nos cuenta una tragedia particular sobrepuesta a otra colectiva es sin duda el más grande logro de esta novela perturbadora. La precisión y concisión del vocabulario, la sabia distribución de las escasas pero altamente significativas reiteraciones, la asombrosa rigidez con la que asistimos al absurdo y patético deambular de un alma en pena por una geografía difunta, poblada por vidas rotas, en lo más íntimo y en lo más perceptible, son otros tantos logros de un escritor que en esta novela memorable realmente nos asombra por la limpia y perfecta ejecución de un salto triple mortal y sin red.
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