La novela al servicio del periodismo
Diario de Terrasa. Cultura (p. 19)
31-12-2009
La novela al servicio del periodismo
“Hoy apareció otra vez la noticia del hombre que perdió la memoria luego de matar en un accidente a su esposa y su hijo” Así comienza la novela más interesante de las publicadas últimamente por la casa de Jorge Herralde. Se trata de una novela al servicio del periodismo de investigación, finalista del prestigioso Premio Heralde 2008, titulada “Un lugar llamado Oreja de perro” (Anarama), una aventura narrativa que supuso una “expiación personal” para el autor y en la que cruza reflexiones del protagonista, un periodista destinado a una destruida ciudad andina, con los acontecimientos en Perú a raíz del gobierno de Fujimori.
Más allá de Vargas Llosa y Bryce Echenique hay vida en Perú y se llama Iván Thays (Lima 1968) Un creador de universo propio con novelas como “El viaje interior” y “La disciplina de la vanidad” Su blog es un punto de referencia literaria: Moleskine Literario.
Su prosa como la de Capote en A sangre fría se pone al servicio de la realidad más cruda: “Leo la noticia mientras espero el bus que me llevará hasta Oreja de perro. La zona más deprimida del país, sembrada de fosas comunes, de intrincado acceso, escribo en mi bloc: La más golpeada por el terrorismo, la más miserable, fría, yerta… qué aburridas son las palabras” Como en las películas del cine negro de los años cuarenta y cincuenta el periodista le aparece un ángel de la guarda en forma de mujer: Jazmín.
La prosa de esta novela es directa. De alguien que sabe su oficio y no se pierde por sendas equivocadas, sino que nos hace pensar en fotografías, recortes de periódicos, cartas, vídeos de documentales televisivos, testimonios. El mundo entrañable de los recuerdos y los laberintos de la memoria sostienen este magnífico ejemplo de arquitectura verbal. El narrador se nos muestra como un periodista en caída libre que acepta el encargo del periódico para olvidar la muerte de dos seres queridos en su vida. Acepta visitar los Andes peruanos, un lugar llamado Oreja de perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humano. El escritor convierte el lugar en una zona de reconciliación nacional, en una metáfora de la violencia de la pérdida, de la descomposición social y personal: “Llegué a la conclusión de que lo peor que podría pasarnos es acostumbrarnos a la muerte, a la impunidad, al horror, al Mal”.
Iván Thays tardó ocho años en escribir la novela porque además de todo el proceso de aprendizaje del mundo exterior que supone una novela hay en ella una búsqueda personal, una especie de expiación de un hombre, un periodista, que se interesa por el colectivo humano. Como al propio autor, su álter ego descubre la verdad de un poblado deprimido del Perú donde llega para cubrir allí a la información de una visita al presidente Toledo (ya en horas bajas) en el marco de su “programa social” y de una Comisión de la Verdad sobre la vulneración sistemática de los Derechos Humanos que tuvo lugar desde los años ochenta. Desde el albergue de esa aldea situada a más de ters mil metros de altitud, tomada por policías y militares que siembran el terror, la delegación de periodistas aguarda al gobernante que no acaba de llegar. El tiempo de esa espera dará para que, mediante una entonada evocación, comprendamos que ésta es realmente una historia de dos pérdidas, no solo la padecida por aquella población sino otra mucho más personal e íntima, irreparable, insuperable en la vida del protagonista, la de su hijo Paulo: “Me doy cuenta de hasta qué punto inalterable, inconsciente, la idea de estar solo en el departamento me espanta”.
Como los perros con hambre desentierran cadáveres para saciar su necesidad de alimentarse, así el lector desentierra la tristeza que recorre las doscientas y pico páginas de esta novela que conmueve doblemente. Por un lado, el drama humano de un colectivo y otro el ejemplo particular de un periodista, un oficio que exige a quienes lo practican comportarse como un observador imparcial de la realidad, aunque todos sabemos que la objetividad pura no existe, sí una cierta actitud no participante en lo que se cuenta. Uno puede vivir para olvidar su pasado como ser individual y como miembro de una colectividad quieres recordar para no olvidar. En semejantes paradojas de la existencia se mueve esta gran novela.
J.A. Aguado
31-12-2009
La novela al servicio del periodismo
“Hoy apareció otra vez la noticia del hombre que perdió la memoria luego de matar en un accidente a su esposa y su hijo” Así comienza la novela más interesante de las publicadas últimamente por la casa de Jorge Herralde. Se trata de una novela al servicio del periodismo de investigación, finalista del prestigioso Premio Heralde 2008, titulada “Un lugar llamado Oreja de perro” (Anarama), una aventura narrativa que supuso una “expiación personal” para el autor y en la que cruza reflexiones del protagonista, un periodista destinado a una destruida ciudad andina, con los acontecimientos en Perú a raíz del gobierno de Fujimori.
Más allá de Vargas Llosa y Bryce Echenique hay vida en Perú y se llama Iván Thays (Lima 1968) Un creador de universo propio con novelas como “El viaje interior” y “La disciplina de la vanidad” Su blog es un punto de referencia literaria: Moleskine Literario.
Su prosa como la de Capote en A sangre fría se pone al servicio de la realidad más cruda: “Leo la noticia mientras espero el bus que me llevará hasta Oreja de perro. La zona más deprimida del país, sembrada de fosas comunes, de intrincado acceso, escribo en mi bloc: La más golpeada por el terrorismo, la más miserable, fría, yerta… qué aburridas son las palabras” Como en las películas del cine negro de los años cuarenta y cincuenta el periodista le aparece un ángel de la guarda en forma de mujer: Jazmín.
La prosa de esta novela es directa. De alguien que sabe su oficio y no se pierde por sendas equivocadas, sino que nos hace pensar en fotografías, recortes de periódicos, cartas, vídeos de documentales televisivos, testimonios. El mundo entrañable de los recuerdos y los laberintos de la memoria sostienen este magnífico ejemplo de arquitectura verbal. El narrador se nos muestra como un periodista en caída libre que acepta el encargo del periódico para olvidar la muerte de dos seres queridos en su vida. Acepta visitar los Andes peruanos, un lugar llamado Oreja de perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humano. El escritor convierte el lugar en una zona de reconciliación nacional, en una metáfora de la violencia de la pérdida, de la descomposición social y personal: “Llegué a la conclusión de que lo peor que podría pasarnos es acostumbrarnos a la muerte, a la impunidad, al horror, al Mal”.
Iván Thays tardó ocho años en escribir la novela porque además de todo el proceso de aprendizaje del mundo exterior que supone una novela hay en ella una búsqueda personal, una especie de expiación de un hombre, un periodista, que se interesa por el colectivo humano. Como al propio autor, su álter ego descubre la verdad de un poblado deprimido del Perú donde llega para cubrir allí a la información de una visita al presidente Toledo (ya en horas bajas) en el marco de su “programa social” y de una Comisión de la Verdad sobre la vulneración sistemática de los Derechos Humanos que tuvo lugar desde los años ochenta. Desde el albergue de esa aldea situada a más de ters mil metros de altitud, tomada por policías y militares que siembran el terror, la delegación de periodistas aguarda al gobernante que no acaba de llegar. El tiempo de esa espera dará para que, mediante una entonada evocación, comprendamos que ésta es realmente una historia de dos pérdidas, no solo la padecida por aquella población sino otra mucho más personal e íntima, irreparable, insuperable en la vida del protagonista, la de su hijo Paulo: “Me doy cuenta de hasta qué punto inalterable, inconsciente, la idea de estar solo en el departamento me espanta”.
Como los perros con hambre desentierran cadáveres para saciar su necesidad de alimentarse, así el lector desentierra la tristeza que recorre las doscientas y pico páginas de esta novela que conmueve doblemente. Por un lado, el drama humano de un colectivo y otro el ejemplo particular de un periodista, un oficio que exige a quienes lo practican comportarse como un observador imparcial de la realidad, aunque todos sabemos que la objetividad pura no existe, sí una cierta actitud no participante en lo que se cuenta. Uno puede vivir para olvidar su pasado como ser individual y como miembro de una colectividad quieres recordar para no olvidar. En semejantes paradojas de la existencia se mueve esta gran novela.
J.A. Aguado