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notas

del blog moleskine literario

Reseña en Babelia

Thursday, January 29, 2009
Babelia, suplemento de El País
24 Enero 2009. Pg. 13

Con Un lugar llamado Oreja de perro el escritor Iván Thays (Lima, 1968) demuestra lo difícil que resulta soldar en una misma novela peripecia colectiva y peripecia individual, accidente histórico y reflexión existencial, indignación civil y dolor intransferible. Operación compleja en la que muchas veces la pulsión subjetiva contamina el dibujo del contexto hasta convertirlo en un simple e inoperante fondo sin vida y sin sentido. 

El finalista del Herralde de Novela tenía ante sí dos desafíos: la construcción de una voz narradora que estuviese a la altura de la materia individual que tiene que trasladarnos y el diseño de un escenario político social lleno no sólo de las certezas que nos conmueven sino también de las incógnitas que nos podrían inquietar. 

Estamos en el presente del Perú, entre el final del Gobierno de Toledo y el nuevo de Alan García. En un pueblo andino remoto, el terrorismo de Sendero Luminoso ha hecho estragos humanos en los años ochenta. Ese pueblo, Oreja de perro, celebra la llegada del presidente probablemente demagógica cuando se necesitan los votos. Hasta ahí es enviado el narrador de esta novela para cubrir la información del evento para la revista para la que trabaja. Antes había sido un famoso presentador de televisión. Pero sucede que el periodista arrastra una tragedia personal. Ha perdido a su hijo Paulo, de cuatro años, y su mujer, Mónica, acaba de abandonarlo. Mientras cubre la información conoce a otras personas, entre mujeres y hombres, todos ellos seres que le exigen compromisos, entre personales y políticos, y ante los cuales el narrador sólo puede silenciosamente ofrecer su particular vía crucis. 

La pérdida del hijo (que Thays ya había tratado en La disciplina de la vanidad, 2000, con el mismo nombre pero entonces de 13 años) es un asunto triste que el autor peruano registra con una envidiable delicadeza. La huida hacia la sensualidad más inmediatista del protagonista; el duelo, no solo de lo que perdió sino también de lo que está a punto de perder; la violencia sorda que lo rodea, son controlados y plasmados con una eficacia artística rayando la perfección.

J. Ernesto Ayala Dip

La memoria del pudridero

Thursday, January 08, 2009
Gatos y perros. Carátula del libro y Balthus. Fuente: moleskine

(La nueva España, Oviedo, 11-12-08)

Eduardo San José

En su prólogo a Palabra de América (Seix Barral 2004), Guillermo Cabrera Infante daba el nombre del peruano Iván Thays (Lima 1968) entre la docena de los más o menos jóvenes autores hispanoamericanos que colaboran en la obra, haciendo con él la salvedad de notar que es un escritor “aún por descubrir en España” (p. 14) Lo cierto es que no ha dejado de prodigarse mientras tanto, pero el reconocimiento a esta novela puede consolidarlo como una voz a seguir por su virtuosa capacidad para convocar temas sin mencionarlos fuera de la explicitud suficiente de una buena historia bien contada.

Si la novela de Daniel Sada, ganadora del Herralde, nos presenta a un personaje cuya redención está en el futuro, Un lugar llamado Oreja de perro cuenta la búsqueda de una redención del pasado. Contada en primera persona, un narrador del que sabremos casi todo menos su nombre (el título inicial con que presentó al premio era El hombre invisible), la novela nos ubica en el Perú previo a la elección del segundo mandato presidencial de Alan García, durante los últimos días, pues, del Gobierno de Alejandro Toledo, en 2006. En el contexto, las investigaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación para esclarecer las responsabilidades de los crímenes contra la población civil y el paradero de los desaparecidos durante la guerra entre el Ejército, las fuerzas de Sendero Luminoso y las partidas populares de los “ronderos”. El narrador, un periodista que ha perdido a su único hijo, Paulo, y acaba de saber que su mujer ha decidido abandonarlo, llega como enviado a la población de Oreja de Perro, en el departamento peruano de Ayacucho, donde se espera que el presidente Toledo entregue compensaciones a los campesinos damnificados durante la guerra; al fin, baratos sucedáneos para la dilación gubernamental en abrir las fosas comunes a las regiones.

Tal vez lo mejor de la novela sea su bien justificado equilibrio entre el drama personal del protagonista y el proceso de recuperación de la memoria histórica emprendido por la república sudamericana, sin que ninguna de estas coordenadas, la pública y la privada, desmerezca o sea un mero pretexto para la otra. Al contrario, el relato da la medida de la enfermiza politización de toda vida privada en un país convulso. Así, mientras esperan la llegada del “cholo” Toledo, el protagonista tiene tiempo de tentar el amor de dos mujeres: el profundo tacto de la mestiza Jazmín, la embarazada de inquietante poso vital; y el refrescante flirteo con Maru, una bonita estudiante de antropología de la capital. Ambas tirarán de él hacia hacia el resonante pasado o hacia un desinhibido futuro, como metáfora del dilema del país ante su propia memoria colectiva. Mientras tanto, la novela se debate entre el deseo de que el dolor deje constancia sólida de su paso, o la necesidad de un renacimiento luminoso, el simbólico alumbramiento con el que se cierra la novela.

No es fácil dar con una conclusión clara del autor respeto a la memoria histórica del Perú, pues la novela le sirve por cierto para convocar la perplejidad, y los silencios y continuos punto y aparte que la jalonan no son una propuesta sino una descripción. Es posible, al menos, reproducir una reflexión del narrador que, cuando despeja de sí la sospecha del resabido sofisma de la impunidad, nos habla de la necesidad de ficcionalizar la memoria; y “ficción”, que se emparenta en su origen con “fingir”, no solo significa simular o embaucar, sino dar existencia real a lo que no la tiene: “El antónimo ideal de la memoria debe ser la imaginación, fantasear, hacer ficción. No la amnesia” (p. 178)

La nieta de Hellmans

Wednesday, January 07, 2009
Frasco. Fuente: diariodelmaestro


Por Mario Bellatin


Para l.f.f, el verdadero autor

Ayer olvidé nuevamente regar a hellmans. Suele suceder. A pesar de que hace años, en la clase de botánica, nos dijeron que debíamos estar atentos a su cuidado, pendientes de proveer lo necesario para que hellmans continuase de manera normal con su crecimiento. Que mantuviera las condiciones adecuadas para seguir engendrando retoños. Hasta ahora sólo podemos estar seguros de que posee una hija, lo de la nieta es sólo una manera de mirar las cosas. Puede ser que sean, tanto los hijos como la nieta, sólo extensiones caprichosas de su anatomía, si es que las plantas poseen semejante conformación. ¿Se les llamará anatomía a sus estructuras? En este caso la de hellmans parece ser bastante compleja. A pesar de que el maestro en clase nos trató de explicar su conformación molecular, nunca he podido estar seguro de dónde comienza y acaba su individualidad. Lo que nos pareció sorprendente –recuerdo que lo comentamos con otros compañeros de curso- es cómo hellmans parecía desafiar las reglas de la naturaleza que aprendimos a lo largo de aquel curso escolar. Creo que en ese periodo se sitúa el inicio de mi odio posterior a todo lo que tenga que ver con lo que suele conocerse como docencia. En ese curso de biología asistimos a una suerte de homenaje a la muerte. Todos los demás retoños que plantamos durante la primera semana de clase desaparecieron casi de inmediato. Salvo hellmans, quien me acompaña hasta ahora, en que comienzo mi propia vejez, encerrado en un frasco que conseguí de una forma que aún me causa cierto tipo de vergüenza… Algunos de mis compañeros de aquel entonces mantuvieron durante algún tiempo los frascos ya vacíos, en los que habían colocado -envueltos en algodones- los frijoles o garbanzos que el primer día de clases nos pidieron hacer germinar. En aquella ocasión nos solicitaron llevar durante las jornadas siguientes los implementos necesarios: el frasco, los trozos de algodón y unas cuantas habichuelas. El maestro las llamó así, habichuelas, aunque podíamos llevar cualquier grano factible de transformarse. Citó esa vez, quizá para que entendiésemos de manera más clara sus intenciones, un versículo de la Biblia que algún tiempo después descubrí como epígrafe de Los hermanos Karamazov, donde se dice algo así como si el grano no germina no germina y si germina sí germina. Recuerdo que no tuve mayor problema con las tres muestras de frijol que encontré dentro de una bolsa que hallé en el sótano de mi casa. Tampoco con el trozo de algodón que saqué del botiquín del baño. La dificultad me la dio hallar el frasco adecuado para semejante experimento. No descubrí uno solo vacío. En aquella temporada mis padres habían emprendido la peregrinación anual en busca del perdón de sus culpas. Se habían llevado en esa oportunidad a mis hermanos mayores. Yo debía esperar aún tres años más para unirme a ellos. Esa ocasión fue especial, pues era la primera oportunidad que tendría mi única hermana de participar en aquella actividad, extenuante incluso para los adultos. Primera y última ocasión, pues nunca más la volvimos a ver. Desapareció en medio de la procesión. Mi madre afirma que la imagen final que posee de su hija es donde aparece de espaldas dirigiéndose a comprar velas a un puesto cercano a la efigie principal del adoratorio que visitaban… Cuando mi familia partió no me dejó el dinero necesario para afrontar los gastos propios de lo días de ausencia. Tuve por eso que robar de una casa vecina el frasco solicitado por el maestro. En ese tiempo aún sostenía relaciones personales con una viuda que habitaba un pequeño cuarto situado en una azotea cercana. Pasé a verla antes de ir a la escuela. Haber tenido que ir a visitar a la viuda en aquella oportunidad es otra de las razones del odio, casi instintivo, que siento hacia los maestros. Aquella mujer tenía casi todo dispuesto para habitar en una sola habitación. Recuerdo que había una gran cantidad de libros en aquel cuarto. Ahora que lo pienso con detenimiento, creo que eran demasiados para las condiciones de vida que sobrellevaba. En una esquina había improvisado además una suerte de cocina. Contaba con una hornilla eléctrica, dos ollas pequeñas y algunos productos envasados. Fue allí donde encontré el frasco de mayonesa. Estaba a medio usar. Sin embargo, era perfecto para cumplir con el pedido del maestro de la escuela. Aproveché que la viuda aún no se había despertado del todo. El olor propio de su sueño invadía el ambiente. Me abrió la puerta casi dormida y volvió de inmediato a su cama, desde donde musitaba frases que no alcancé a comprender. Aproveché la ocasión para llevarme a escondidas el frasco de hellmans. Antes de salir no me acerqué a despedirme de la mujer. Era muy temprano. Como señalé, el olor que emitía a esa hora era penetrante. Tampoco deseaba enfrentarme al vaso con la dentadura que solía mantener al lado del colchón donde dormía. Al fin le robaba algo, pensé. Desde que la conocí intuí que terminaría cometiendo una acción semejante. Acabaría por despojarla de algún elemento que le perteneciera. Desde el comienzo de nuestra relación sentí que sólo mediante algún tipo de crimen terminaría restituyendo una suerte de equilibrio que sentía esa misma relación había destituido. En ese momento no lo podía saber, pero se trataba de la rehabilitación de un orden similar al que parece buscar hellmans, dentro de su frasco, al retorcerse y dar frutos tan ambiguos que es imposible saber a qué generación pertenecen. Bajé las escaleras llevando el frasco dentro del maletín escolar. El odio hacia el maestro se iba acrecentando a medida que me acercaba a mi centro de estudios. Ahora comprendo que posiblemente era una suerte de intuición la que me hacía prever que aquel educador iba a ser el causante de la existencia no sólo de un hellmans encerrado de por vida, sino también del nacimiento de su nieta y de las dudas que iba a causar entre los demás la verdadera esencia de aquel retoño. Aunque creo que el motivo real de mi odio hacia los sistemas clásicos de educación se originaba en haberme obligado a robar, a una pobre viuda además, un vil frasco de mayonesa.

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