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notas

del blog moleskine literario

Bitácora de Viaje

El bolero dice que la distancia es el olvido pero parece que muchos artistas no conciben esa razón. Esto porque durante las últimas semanas algunos escritores peruanos afincados en el exterior han aprovechado la temporada de vacaciones en Europa y Estados Unidos para darse una vuelta por esta tierra. Caretas buscó a algunos de ellos para interrogarlos sobre su relación con un país que no es broma aunque tenga por temporadas a un “payasito” como primer mandatario y un partido político inscriba su dirección oficial en un local donde hace semanas actuaba el circo “Gokú”.
Mario Montalbetti es un poeta y lingüista que se marchó en 1980 cuando contaba con 27 años por razones eminentemente académicas: quería estudiar gramática chomskiana y aquí no había donde. Hizo un doctorado, volvió, enseñó lo aprendido y luego recibió una propuesta para ser catedrático en una universidad estadounidense. No lo dudó y se volvió a marchar. Así se ha pasado casi 20 años en el país de los superhéroes, con regulares pero breves regresos.
“A mí no me parece mal que la gente se vaya”, dice Montalbetti: “Hay muchas razones legítimas para hacerlo. Yo lo hice para estudiar, otra gente lo hace para escribir una novela y otra para conseguir un trabajo que aquí no existe. Creo que cada uno debe vivir en un lugar en términos de proyectos. Estos pueden ser afectivos, políticos, económicos o intelectuales”.
“Yo regreso porque mi poesía siempre estuvo vinculada a Lima y al Perú en general. Encuentro mucho más fricción aquí y eso es precisamente lo que me lleva a escribir versos. Esa cosa que llaman la inspiración (entre comillas) no la encuentro allá. Lo que tengo allá es espacio y tiempo para desempacar los poemas que se me ocurren acá.”
“Algo de esto lo planteo en un poema reciente que es una recreación paródica de la primera parte de la Introducción a la Metafísica de Heidegger, donde él se pregunta por qué hay cosas en lugar de no haber cosas. Entonces, lo que yo pregunto es: ¿Por qué hay peruanos en lugar de no haber peruanos? Y me respondo que la verdad es que no hay ninguna necesidad de ser peruanos. Como tampoco la hay de ser chilenos, ecuatorianos o venezolanos. Nacer en cierta geografía es puro azar. La pregunta que sigue debería ser: ¿Qué vas a hacer con toda esa demarcación geográfica que te tocó por país?
“Hay una frase de un poeta inglés que dice: ‘yo puedo ser infeliz en cualquier lugar’. Es verdad, pero dejando de lado el cinismo, también es verdad que uno puede ser feliz en muy pocos lugares. Lima me ofrece esa posibilidad que en EE.UU. no avizoraba porque aquí vive mi hijo y mis grandes amigos, lo que supone grandes conversaciones y muchos años macerando esas conversaciones. Por eso desde este año viviré seis meses aquí y los otros seis allá”.
En pocas semanas Montalbetti entregará un nuevo libro. Se trata de “Cinco segundos de horizonte” (Editado por el Album del Universo Bakterial) y allí explora algunos de los vínculos abordados en esta entrevista. Hay un poema titulado “El peruano perfecto”; otro que se refiera a su infancia en La Punta y otro que tiene como eje el cuadro de Luis Montero ‘Los funerales de Atahualpa’. “Describe un amplio arco vital. Creo que es mi mejor libro”, finaliza el poeta.

El Perú son mis hijos

En 1981 la revista Hueso Húmero planteó a diversos intelectuales como Jorge E. Eielson (ver recuadro), Carlos Revilla, Hugo Neyra y Rodolfo Hinostroza la pregunta ¿por qué no vivo en el Perú? “Porque queda demasiado lejos” respondió el autor de “Consejero del lobo” desde la Ciudad Luz. Sin embargo, dos años después volvería para establecer su cuartel general en Lima.
“En 1968 viajé a París huyendo del Perú. Tanto así que durante los seis primeros años no quería saber nada de aquí, no me hacía falta. Si veía a un peruano en la vereda, caminando en mi dirección, cruzaba la pista”.
“Siete años después empecé a volver y la relación empezó a cambiar. Pero la gran transformación se dio cuando estaba a punto de cumplir 15 años allá. Una agencia de viajes me encargó escribir una guía turística sobre el Perú. Volví y lo recorrí por 4 meses. Lo redescubrí y me pareció bien bacán. Unos meses más tarde, ya en Francia, organicé una fiesta con música, comida y amigos peruanos. Me di cuenta que estaba recreando el Perú en París. Estaba volviendo a eso que me parecía horrible, de lo que huía. Decidí regresar. Era el año 83 y tenía 42 años”.
–En la encuesta de Hueso Húmero escribió que los criollos aprobaron el desmantelamiento de la República de Indios a fines del S. XVIII, traicionando un proyecto de nación. ¿Qué piensa ahora?
–Lo mismo, porque en este país nunca ha habido Estado, sólo han existido cacicazgos y encomiendas. “Popy” Olivera es un encomendero. Igual que Raúl Diez Canseco. Lo mismo se puede decir de los partidos políticos porque ninguno tiene un proyecto de Estado o de Nación. Por si fuera poco, tenemos al incompetente de Toledo que es incapaz de crear una ilusión nacional.
–En la misma encuesta escribió que no volvía porque su tema literario no era su país, ni su literatura era descriptiva. Sin embargo, ahora va a publicar un poemario sobre su infancia en Huaraz.
–¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? “Yo soy inmenso, contengo multitudes”, escribió Whitman, y yo lo repito. Esa guía turística de más de 400 páginas hizo que me sumergiera en la historia del Perú. Fue precisamente en el 81, luego de la encuesta de Hueso Húmero. Además, ya no podría responder igual porque ahora tengo tres hijos que nacieron aquí. Ellos son mi vida y mi país.

La Poesía, Siempre
Leopoldo Chariarse (1928) es un poeta con una formación particular. Estudió Literatura en la U. Católica, Antropología en San Marcos y arpa y piano en el Conservatorio de Lima. Diversas becas lo llevaron a París, donde llevó cursos de musicología oriental y filosofía hindú, y a Madrid donde estudió guitarra clásica y laúd. Creador de una obra insular, cuando en el Perú se le incluyó en la antología “Vuelta a la otra margen” (1970) donde figuraban poemas de Carlos Oquendo de Amat, César Moro, Martín Adán y Emilio A. Westphalen, muchos lectores pensaron que él era una invención de los antologadores, Abelardo Oquendo y Mirko Lauer. Cuando se marchó corría 1952 y él tenía 24 años. Ahora tiene 77 años y vive en Düsseldorf, Alemania, donde enseña en el Centro de Estudios Filosóficos y de Práctica de Meditación y Yoga. Carlos Estela y Miguel Coletti acaban de reeditar su primer libro “Los ríos de la noche”.
–¿Y la poesía?
–Siempre... Entre dos trenes, entre dos aviones, entre un tren y un avión. En la terraza de un café.
–¿Siempre pensó que salir del país era una necesidad?
–Al único sitio donde hubiera ido de todos modos era la India. Uno de mis planes era ingresar a la marina mercante para llegar allá.
–¿Entonces, su objetivo era dejar el Perú de todas maneras?
–No dejarlo. Llevarlo conmigo. Nunca lo he dejado. Ya ve que ni siquiera hablo con acento.
–¿Qué piensa de Perú cuando está en el extranjero?–Que deberían gobernarlo mejor.
–¿Y qué piensa cuando está acá?–Que es tan difícil de gobernar que podrían gobernarlo peor.

(J. C. Méndez)

Tierra Baldía
J.E. Eielson y Lima.
Texto de Eielson fue publicado en H.H., 1981.
"Sin embargo para mí, que nací exiliado y moriré exiliado, porque el exilio es mi estado natural, geográfico, social, afectivo, artístico, sexual, Lima no es una ciudad para vivir sino, al contrario, un lugar ideal para morir: un cementerio. En ningún otro lugar, por mí conocido, la presencia de la muerte es tan palpable y persistente; en ninguna otra ciudad su mano alhajada nos invita a cada paso, con tanto cinismo, tan exquisita seducción. La población subterránea de Lima es otra invisible metrópoli de huesos que duplica la ciudad visible. Cráneos y esqueletos prehispánicos, a varios metros de profundidad, aderezados de plumas, mantos y collares, soportan el peso de otros cráneos y esqueletos de capa y espada, sayo, sotana y crucifijo. Si bien la muerte, como la gripe de triste memoria, siempre ha sido española, su versión limeña resulta quizás menos filosófica, pero mucho más chistosa y presumida. Nada que hacer tampoco con la muerte mexicana, alegre y bulliciosa, siempre dueña de la fiesta, multicolor, populachera. No. La muerte limeña ¡no faltaría más! es una dama callada, distinguida, dignamente ataviada, aunque muy venida a menos, gracias a la proliferación de los temblores, asesinatos indiscriminados, accidentes de tráfico, que todo lo confunden. Ya no hay religión. Hasta los gallinazos planean alto y los pericotes y la polilla retroceden ante el avance de productos extranjeros que cualquiera puede comprar en la botica"
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