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notas

del blog moleskine literario

Christian Bourgois, Éditeur

Por Jorge Herralde

Me siento muy feliz celebrando aquí el merecidísimo Reconocimiento al Mérito Editorial, dedicado a mi querido colega Christian Bourgois, uno de los nombres imprescindibles de la edición mundial en los últimos cincuenta años. Empezó como joven y brillante editor en 1959 junto a René Julliard, luego, a su muerte, fundó su propio sello, en 1966, en el seno del grupo Presses de la Cité, que abandonó en 1992, para empezar a los 60 años, junto con su mujer y colaboradora Dominique, como editor independiente, un trayecto bien atípico.

Entre sus muchas iniciativas, una de mis preferidas es el relanzamiento, en 1968, de “10/18”, una colección de bolsillo fundamental para seguir y acompañar todas las turbulencias políticas y sociales a partir de Mayo 68. Un símbolo de la edición de izquierdas en Francia, junto con Maspero, cuya militancia era más añeja, austera y previsible (aunque siempre rigurosa), mientras que “10/18” tenía un espíritu menos encorsetado, más provocativo y vivaz. Y quizá no poco emparentado en espíritu con los Cuadernos Anagrama, que se iniciaron en 1970.
En 1976 Anagrama fue cooptada por varias editoriales más veteranas para fundar un premio internacional para manuscritos, cuyo ganador debía publicarse simultáneamente en siete países. Así sucedió con Cien poemas apátridas de Erich Fried, y luego el premio no pudo proseguir (aunque el intento persistió dos años más), en buena parte debido a las dificultades económicas que provocó el “desencanto” político, el fin de las ilusiones revolucionarias, en casi todos las editoriales del premio, en especial Christian Bourgois, Feltrinelli, Wagenbach, Van Gennep y desde luego Anagrama. En cualquier caso, gracias a esa experiencia, mi relación con estos excelentes editores quedó muy reforzada.

En el caso de Christian, nuestra amistad ha ido creciendo desde entonces, nos hemos encontrado en incontables lugares y ocasiones. Destacaré un rito sagrado: cada año, el viernes de la semana del Salon du Livre, Christian y Dominique “reciben” en su bello y espacioso piso de la rue Talleyrand, “tapizado” con cuadros abstractos de gran formato e innumerables estanterías y pilas de libros, a unas veintitantas personas, en una cena muy informal. Se trata de algunos amigos y familiares, periodistas culturales amigos, así Nelly Kapriélian y Fabrice Gabriel, de Les Inrockuptibles, o Michel Braudeau, director de La Nouvelle Revue Française, y los autores de Bourgois del país invitado al Salón. Como colegas fijos, Inge Feltrinelli, Lali y yo, y más esporádicamente Klaus Wagenbach, Morgan Entrekin, o el superagente Ed Victor. Entre otros muchos autores hemos compartido cena con Allen Ginsberg, Lobo Antunes, Martin Suter, Tabucchi, Vila-Matas o Bolaño, y también con personajes singulares, como Malcolm McLaren, el “inventor” de los Sex Pistols (que quería “vender” su autobiografía, no escrita entonces ni ahora, bastantes años después), o Sonia Rykel, cuya hermosa tienda de modas, en el Boulevard Saint-Germain, exhibe unos escaparates en los que se encuentran siempre los libros más sofisticados, exquisitos y secretos.

Y, hablando de familiares, una mañana vi al extenso clan de Christian Bourgois en todo su esplendor. Hace unos años, Jacques Chirac, el presidente de la República francesa, le impuso la condecoración de Commandeur de la Légion d’Honneur en el palacio del Elíseo. Fue una ceremonia solemne, con varios condecorados en diversos grados, y Chirac, con la mejor retórica francesa, dedicó a cada uno su particular discurso. Por cierto, Chirac había sido condiscípulo en Sciences-Po de Bourgois, quien, con cierta coquetería, decía que Chirac fue el tercero de la clase y él el segundo. En el acto estaba, como he dicho, toda la extensa familia de Christian, sus varias esposas, hermanos, hijos, hijas, nietos, nietas, e Inge Feltrinelli, Lali y yo como amigos adosados.
Por cierto, Christian se desplazó a Barcelona cuando me concedieron el título de Commandeur des Arts et des Lettres, para, como condecorado, condecorarme en el Instituto Francés. Y en la fiesta de los 30 años de Anagrama, celebrada en una carpa levantada en el Parque de la Ciudadela, amenizada con una enorme tormenta, Christian Bourgois y Carmen Martín Gaite fueron los oradores que presentaron el acto. Oradores casi inaudibles frente al estrépito de los truenos y el diluvio descomunal.

Además de nuestra relación amistosa, la sintonía editorial es muy evidente, son muchos los autores comunes que hemos publicado. Así, el trío de la generación beat, Ginsberg, Kerouac y Burroughs, y el cuarto mosquetero, Cassady, el D’Artagnan casi ágrafo, la “musa” de todos ellos. También Fante, Brautigan y Patti Smith, o Saki, Martin Amis, Kureishi y Anthony Powell, con las doce novelas de su espléndida Una danza para la música del tiempo, o nuestro querido Gombrowicz. Y tantos otros, como dos personajes tan singulares y geniales como Copi y Topor, que fueron mis primeros contratos con Christian Bourgois; luego ha sido él quien ha adquirido los derechos de tantísimos autores de Anagrama.

Por eso, aquí, en Guadalajara, quiero destacar especialmente su vinculación con la literatura en lengua española, que empezó en los primerísimos sesenta con El coronel no tiene quien le escriba, de un casi desconocido García Márquez, y en 1966 con Borges. Pero ha sido en los últimos diez años cuando dicha presencia se ha intensificado hasta el punto de que el sello Christian Bourgois puede considerarse el más atento a nuestras literaturas, y posiblemente el más sagaz, de toda la edición internacional. Así, encontramos a autores como Pombo, Vila-Matas, Tomeo, Barba, Alberto Méndez o los latinoamericanos Bolaño y Alan Pauls, todos ellos propuestos por Anagrama. Y también a Vázquez Montalbán, Juan Marsé (y muy pronto su hija Berta), Isaac Rosa, o Piglia, Aira, Fadanelli, Solares, Prieto, Tabarovsky. O bien Atxaga y Cabré, traducidos del euskera y del catalán, y si nos desplazamos a Portugal, nada menos que Pessoa y Lobo Antunes. No quiero dejar de comentar que, en una entrevista reciente, Christian subrayaba que Vila-Matas y Bolaño eran dos de las glorias de su editorial, y que “la publicación próxima de 2666, la gran novela póstuma de Bolaño, un libro de más de mil páginas, es para mí un privilegio inmenso”.

Aunque sólo fuera por esta especial atención, tan provechosa, porque Francia sigue siendo, como se sabe, la mejor caja de resonancia para otras posibles traducciones (como analizó muy bien Pascale Casanova en La República mundial de las Letras), Christian Bourgois merecería sobradamente este galardón. Pero, obviamente, es sólo una parte de su obra como editor, una labor para la que considera imprescindible, como muchos de sus colegas, la supervivencia de las buenas librerías.

Christian afirma a menudo: “Mi vida es mi catálogo” y, como se escribió en Livres Hebdo, es “un hombre que acompaña nuestros deseos de lectura desde hace casi medio siglo”. Una ratificación de su forma de entender el trabajo editorial, basada en la duración, en resistir, de acuerdo con su declaración: “Publico el mismo tipo de libros, el mismo número, desde hace muchos años” (sin desalentarse, con tenacidad y coherencia). Lo saben los autores a quienes tantas veces ha acompañado a lo largo de su carrera, lo saben los libreros, lo saben los críticos literarios, y lo sabemos sus colegas que tanto le admiramos.

Jorge Herralde
Homenaje a Christian Bourgois
en ocasión del Reconocimiento al Mérito Editorial
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México
26 de noviembre de 2007
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